lunes, 20 de marzo de 2017

PAREMOS EL MUNDO

Frente a mí tengo un globo terráqueo. Líneas perpendiculares y paralelas lo trocean. Una de ellas, el ecuador, lo divide en dos mitades bien diferenciadas. Lo giro un par de veces y nunca consigo que el azar lo sitúe en la misma posición. Me imagino la infinita variedad de formas y realidades de vida, climas y costumbres, políticas y religiones que en cada punto pueden existir. Me resisto a creer que el hombre no quiera saber que, procediendo del mismo origen, nuestras diferencias procedan de ese lugar donde crecimos. Ni peores ni mejores: diferentes. Comienzo a simplificar y asigno el apelativo “de derechas” a los habitantes de la parte norte de la esfera y, al contrario, “de izquierdas”  a los de la parte sur desde el paralelo 0º. Entiendo, que los polos son los menos habitados y más extremos de ambos hemisferios. Las tendencias hacia el centro los más numerosos y moderados  y, además, un sinfín de otros factores no citados nos hacen desiguales, en especial, las imaginarias líneas propias del cerebro que nos separan.

Un simple punto de un espacio minúsculo, insignificante, marca nuestras pluralidades; ni qué decir en un universo inconmensurable, indiscutible, imposible de conocer, donde habrá seres vivos con parecidos o irreconocibles modos a los nuestros. Todo esto, para confirmar que las ideas e iniciativas de cada uno de nosotros merecen el máximo respeto si con respeto se exteriorizan. Otra cuestión es  seguirlas o  practicarlas y, por supuesto, descartando aquéllas que abogan por la intolerancia, el crimen o el delito. No conozco a nadie que, en su sano juicio, clame por la guerra, desdeñe la libertad y renuncie a vivir en paz o a gozar de una salud envidiable. Por tanto, estimo que hemos de apostar por el respeto hacia el otro, que tiene un mismo origen, aunque piense y actúe diferente.


Últimamente, las sentencias de los tribunales de justicia en España no andan a gusto del respetable. Parecen dar alas a las personas de “guante blanco” para que continúen corriendo riesgos y delinquiendo, ya que su golfería les sale barata. Animan a un Gobierno que incumple lo que suscribe. A una Iglesia que mantiene pedófilos en sus filas. A unos políticos, independentistas, empresarios y clase dominante, que se saltan igualmente la ley y no pasa nada. Entonces, ¿de quién podemos fiarnos las personas de a pié? De nadie, no hay duda. A la gente de la calle nos atribuyen méritos que no tenemos y nos adulan para equivocarnos. Nos engañan y no nos respetan. Nos dividen haciéndonos creer que sólo la anarquía, la barbarie y el descontento, cuando se desatan, pueden con ellos. Pero no. El desconsuelo es la única arma de la que nos valemos.

Antes, pues, de lanzarnos a la tremenda aventura del descontrol, convendría darles un susto a nuestra clase dirigente quedándonos en casa. Sin ir a votar, ni asistir a sus actos, sin rezar en las Iglesias, ni ver la televisión, sin comprar la prensa ni intervenir en las redes sociales, al menos, durante una o dos semanas. Irán los cuatro de cada partido, los profesionales que se ganan la vida o los mendicantes que rezan para ganarse la sopa boba. Haremos que durante ese tiempo nuestro mundo se pare: nos desintoxicaremos y haremos sentir a algunos que sin ellos también se puede vivir. 

Una manifestación de fuerza pacifica que puede domeñarse y mostrarnos que la ley de oferta y demanda es manipulable. El mensaje será clamar por la separación de poderes, la justicia, por el respeto que nos merecemos, para que bajen al suelo los altivos jerarcas que viven alejados del pueblo (políticos, jueces, empresarios,  funcionarios…) pese a que gracias a él viven. Puede, que al principio sean unos días acordados de antemano. Un ensayo para una práctica que puede fomentarse, sencillamente, con más virulencia pacífica que una huelga general. Un periodo de silencios para cargar pilas, recuperar sinergias pérdidas y aclarar que el poder ésta en el pueblo.

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