Después de volver de un largo
viaje allá por el mes de Septiembre de 2017, los brazos le duelen intensamente
a Pilar, en especial el izquierdo, a la altura del hombro. Alarmada, ciertamente, va a ver a su médico
de cabecera, un señor paciente y muy afable, ya que piensa que la Seguridad Social
es estupenda y no necesita de un seguro privado que, por otra parte, no podría
permitirse dado sus ingresos ajustados y su considerable edad, sesenta y cinco
años. Además, ninguna compañía la admitiría como clienta o la prima sería tan elevada
que la harían desistir.
- - Nada. Eso no es nada. –Le dijo el doctor después
de hacerle mover los brazos y producir con ello un dolor inenarrable que le manifestó.-
Te puedes tomar un antiinflamatorio y, si el dolor persiste, algún calmante. Es
cuestión de paciencia Pilar.
Dejó que se acabara el mes y las dolencias
persistían por lo que la voz populi le
recomendó un gurú, un curandero o un sanador que no dudó en visitarlo. Tres
visitas fueron suficiente para darse cuenta que su padecimiento seguía igual.
Pero el terapeuta le sacó exactamente
160 euros por tres sesiones de una hora y un libro de alimentación que le
recomendó leer y compró. Menos mal, que Pilar no asistió a la primera clase de
yoga gratuita, que impartía su mujer en un gimnasio, también sugerida para su
recuperación. Después asistió a una masajista, un par de veces, que se llevó 60
euros. Más tarde dio con un afamado osteópata que descubrió que su hombro
izquierdo estaba desencajado y le mandó una radiografía, que tuvo que hacerse
por privado, y como sus dolores aumentaban, sobre todo cuando con su manejo el
osteópata le hacía ver las estrellas, dedujo por dicha radiografía que un hueso
de la columna, a la altura del cuello, lo tenía desplazado seguramente por
algún tipo de accidente, origen, sin duda, de todo su sufrimiento. (Recordó
entonces que hacía más de quince años, estando detenida en un semáforo, otro
coche le atizó por detrás, causándole un dolor intenso en el cuello). Tal es
así, que el osteópata le mandó comprar
un cabestrillo para que el brazo izquierdo lo inmovilizara y sólo se lo quitase
en casos extremos, hasta tanto fuera a ver a un especialista de hombros, del
que le facilitó su dirección en Madrid. También le hizo instalar en su casa una
especie de polea, enganchada desde el techo de una habitación, para que
ejercitara, junto con otros ejercicios, cada cierto tiempo los brazos. Pero las
molestias no remitían. Es decir, llevaba gastados unos 600 euros, transporte y
tiempo y su mejora ni asomaba, al contrario, su desesperación le hacían estar
peor, cada día más inquieta. Eso sí, fomentó la economía sumergida. Ninguna
intervención (salvo la radiografía y el
cabestrillo) admitió otro pago que no fuera efectivo. Todo un negocio de dinero
negro, exento de impuestos y neto, donde la afluencia de gente era generosa, de
tal forma que, a veces, para que le atendieran tenía que recurrir a alguna
recomendación.
El matrimonio comenzó a sopesar
la conveniencia de ir a Madrid en busca del especialista, pero antes decidieron
recurrir de nuevo, en contra del criterio de la paciente, al médico de
cabecera. Éste se asustó al verla con el cabestrillo inmovilizando su brazo
izquierdo. Y no dijo nada. Se limitó a mandarle al especialista con carácter preferente. Ya estábamos a finales
de Octubre.
¡Qué follón! ¡Cuánta gente! ¡Qué
voces y desbarajustes! ¡Qué organización tan lamentable en la zona de las
especialidades de la Seguridad Social!
Tuvo suerte. Le dieron cita para
finales de Noviembre. Y es cierto. Las citas las daban a partir de Marzo del
año siguiente. Sin embargo, su marido se enfadó bastante hasta dar con una
persona que se vino a razones (tal vez cayó bien a esa persona) y le hizo esa
gracia.
Cuando la médica vio a Pilar, una
vez ésta contó su peregrinaje por el desierto, lo primero que hizo fue ordenar que se quitara el cabestrillo. Vio la radiografía y no se conformó e,
igualmente, con carácter urgente le mandó una ecografía.
Nueva lucha para hallar día en el
que le hicieran la prueba. De nuevo a su marido la Virgen le vino a ver y con
ella se congració para que se la hicieran al mes, tal vez porque adujo que no
importaba cualquier día, a cualquier hora. Así que pasadas las Navidades, a las
doce de la noche, a ella le metían en una maquina que le inspeccionaba el brazo
izquierdo herido.
¡Y ya sólo tuvo que esperar otro
mes en para que la médico le informara de los resultados! ¡Eureka!
-
- Tiene usted tres tendones con tendinitis, uno está
roto, pero muy levemente, que no necesita de intervención, y una parte del
hueso tiene un desgaste por causa de su edad. Con rehabilitación bastará para
curarse.
La especialista le facilitó su
informe y, con carácter preferente, la mandó a rehabilitación. Y de nuevo otra
lucha. No hubo manera de conseguir fecha para que comenzara a rehabilitarse. Se
quedaron con el informe para que otro técnico lo valorara con la promesa de que
la avisarían. En casa, a primeros de febrero, Pilar recibió una carta que en
síntesis decía: Fecha de la cita para rehabilitación 15/06/2018. Hora 09,50.
¡Cuántas preguntas! ¡Cuántas
imprecaciones! ¡Desde Septiembre hasta Junio! ¡Diez meses!
No es extraño que el tiempo
oxide, destruya y mate. Poco o nada se
opone a que así suceda. Lo mismo pasa con alguien interesado en que la
Seguridad Social se vaya al garete. Seguro que nunca ha tenido (él o los
interesados) una garrapata adherida que infecte su sangre.
Parece que hay mucho interés en
que la gente se vaya de la Seguridad Social y se ampare en negocios o empresas
particulares; que se canse, se deteriore o desaparezca. Hay que optimizar
recursos, gastar menos en la mayoría para que unos pocos se satisfagan en
demasía. Son fórmulas comercializadoras especializadas en que su fin, su
objetivo, si justifique los medios que emplea, haciendo ricos a terceros,
mientras la gente de a pie calla, soporta y muere.
Habrá que buscar remedio. A Pilar
sólo le queda protestar y enfadarse teniendo que emplear alguna palabra
gruesa de las que nunca se ha permitido. O, ¿hay quién se le ocurre otra idea?
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