viernes, 9 de febrero de 2018

UN PEQUEÑO RELATO REAL

Después de volver de un largo viaje allá por el mes de Septiembre de 2017, los brazos le duelen intensamente a Pilar, en especial el izquierdo, a la altura del hombro.  Alarmada, ciertamente, va a ver a su médico de cabecera, un señor paciente y muy afable, ya que piensa que la Seguridad Social es estupenda y no necesita de un seguro privado que, por otra parte, no podría permitirse dado sus ingresos ajustados y su considerable edad, sesenta y cinco años. Además, ninguna compañía la admitiría como clienta o la prima sería tan elevada que la harían desistir.

-       -   Nada. Eso no es nada. –Le dijo el doctor después de hacerle mover los brazos y producir con ello un dolor inenarrable que le manifestó.- Te puedes tomar un antiinflamatorio y, si el dolor persiste, algún calmante. Es cuestión de paciencia Pilar.

Dejó que se acabara el mes y las dolencias persistían por lo que la voz populi le recomendó un gurú, un curandero o un sanador que no dudó en visitarlo. Tres visitas fueron suficiente para darse cuenta que su padecimiento seguía igual. Pero el terapeuta le sacó exactamente 160 euros por tres sesiones de una hora y un libro de alimentación que le recomendó leer y compró. Menos mal, que Pilar no asistió a la primera clase de yoga gratuita, que impartía su mujer en un gimnasio, también sugerida para su recuperación. Después asistió a una masajista, un par de veces, que se llevó 60 euros. Más tarde dio con un afamado osteópata que descubrió que su hombro izquierdo estaba desencajado y le mandó una radiografía, que tuvo que hacerse por privado, y como sus dolores aumentaban, sobre todo cuando con su manejo el osteópata le hacía ver las estrellas, dedujo por dicha radiografía que un hueso de la columna, a la altura del cuello, lo tenía desplazado seguramente por algún tipo de accidente, origen, sin duda, de todo su sufrimiento. (Recordó entonces que hacía más de quince años, estando detenida en un semáforo, otro coche le atizó por detrás, causándole un dolor intenso en el cuello). Tal es así, que el osteópata  le mandó comprar un cabestrillo para que el brazo izquierdo lo inmovilizara y sólo se lo quitase en casos extremos, hasta tanto fuera a ver a un especialista de hombros, del que le facilitó su dirección en Madrid. También le hizo instalar en su casa una especie de polea, enganchada desde el techo de una habitación, para que ejercitara, junto con otros ejercicios, cada cierto tiempo los brazos. Pero las molestias no remitían. Es decir, llevaba gastados unos 600 euros, transporte y tiempo y su mejora ni asomaba, al contrario, su desesperación le hacían estar peor, cada día más inquieta. Eso sí, fomentó la economía sumergida. Ninguna intervención (salvo  la radiografía y el cabestrillo) admitió otro pago que no fuera efectivo. Todo un negocio de dinero negro, exento de impuestos y neto, donde la afluencia de gente era generosa, de tal forma que, a veces, para que le atendieran tenía que recurrir a alguna recomendación.

El matrimonio comenzó a sopesar la conveniencia de ir a Madrid en busca del especialista, pero antes decidieron recurrir de nuevo, en contra del criterio de la paciente, al médico de cabecera. Éste se asustó al verla con el cabestrillo inmovilizando su brazo izquierdo. Y no dijo nada. Se limitó a mandarle al especialista con  carácter preferente. Ya estábamos a finales de Octubre.

¡Qué follón! ¡Cuánta gente! ¡Qué voces y desbarajustes! ¡Qué organización tan lamentable en la zona de las especialidades de la Seguridad Social!

Tuvo suerte. Le dieron cita para finales de Noviembre. Y es cierto. Las citas las daban a partir de Marzo del año siguiente. Sin embargo, su marido se enfadó bastante hasta dar con una persona que se vino a razones (tal vez cayó bien a esa persona) y le hizo esa gracia.

Cuando la médica vio a Pilar, una vez ésta contó su peregrinaje por el desierto, lo primero que hizo fue ordenar que se quitara el cabestrillo. Vio la radiografía y no se conformó e, igualmente, con carácter urgente le mandó una ecografía.

Nueva lucha para hallar día en el que le hicieran la prueba. De nuevo a su marido la Virgen le vino a ver y con ella se congració para que se la hicieran al mes, tal vez porque adujo que no importaba cualquier día, a cualquier hora. Así que pasadas las Navidades, a las doce de la noche, a ella le metían en una maquina que le inspeccionaba el brazo izquierdo herido.

¡Y ya sólo tuvo que esperar otro mes en para que la médico le informara de los resultados! ¡Eureka!
-     
    - Tiene usted tres tendones con tendinitis, uno está roto, pero muy levemente, que no necesita de intervención, y una parte del hueso tiene un desgaste por causa de su edad. Con rehabilitación bastará para curarse.

La especialista le facilitó su informe y, con carácter preferente, la mandó a rehabilitación. Y de nuevo otra lucha. No hubo manera de conseguir fecha para que comenzara a rehabilitarse. Se quedaron con el informe para que otro técnico lo valorara con la promesa de que la avisarían. En casa, a primeros de febrero, Pilar recibió una carta que en síntesis decía: Fecha de la cita para rehabilitación 15/06/2018. Hora 09,50.

¡Cuántas preguntas! ¡Cuántas imprecaciones! ¡Desde Septiembre hasta Junio! ¡Diez meses!

No es extraño que el tiempo oxide, destruya  y mate. Poco o nada se opone a que así suceda. Lo mismo pasa con alguien interesado en que la Seguridad Social se vaya al garete. Seguro que nunca ha tenido (él o los interesados) una garrapata adherida que infecte su sangre.

Parece que hay mucho interés en que la gente se vaya de la Seguridad Social y se ampare en negocios o empresas particulares; que se canse, se deteriore o desaparezca. Hay que optimizar recursos, gastar menos en la mayoría para que unos pocos se satisfagan en demasía. Son fórmulas comercializadoras especializadas en que su fin, su objetivo, si justifique los medios que emplea, haciendo ricos a terceros, mientras la gente de a pie calla, soporta y muere.


Habrá que buscar remedio. A Pilar sólo le queda protestar y enfadarse teniendo que emplear alguna palabra gruesa de las que nunca se ha permitido. O, ¿hay quién se le ocurre otra idea?

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