Un político, ante un tribunal, es
como el tonto del pueblo que no sabe nada, pero, al contrario que éste que
calla o ríe, miente con descaro mientras los suyos le protegen por lo que
puedan perder; no así, de las burlas impías de la gente reconociendo las minusvalías
de ambos.
Es el consenso, el acuerdo, el
sentir general lo que ha de prevalecer por encima de las voces de líderes,
predicadores, demagogos y demás partidarios de intereses particulares.
El hombre, como tal, es incapaz
de librarse del estigma de su ser, de su existencia, de su condición humana y,
por tanto, frente al miedo que presiente, se defiende engañando, mintiendo,
traicionando, huyendo… antes que rendirse y dar la razón a la verdad.
Los instintos de conservación y
reproducción como el egoísmo y la pasión, característicos de la totalidad de
los seres vivos, se combaten y dominan con el incipiente raciocinio y la
primitiva bondad, propios de seres superiores, en cuyos albores se encuentran
los hombres.
Políticos, religiosos,
científicos y el resto de humanos, limitados a su peculiaridad, adaptación y
desarrollo, nunca podrán sobrepasar los espacios y las formas a los que están
sujetos por mucho que lo intenten. La especie humana sólo podrá engrandecerse
con más juicio y con mayor bondad, transformarse en otra familia en la que su
perfecto y libre albedrío prevalezca en pos de un bien común o, tal vez, deje
de ser un humano para convertirse en otro ser.
Hoy “las víctimas de la
pederastia comienzan a salir a la luz, después de décadas de silencio impuesto
por un sistema en el que el vínculo de lo religioso con el poder político era
brutal y sórdido”; mañana (un mañana aún muy lejano) habrán desaparecidos los
demonios que con miedo y poder someten a los pueblos: “mesianismo, elitismo,
abuso de poder, clericalismo, responsabilidad directa en los abusos” y, por
consiguiente, no tendrán sentido las religiones, las sectas, las asociaciones
malignas de la trata, la droga y cuanto esclaviza a los hombres.
En el futuro otra progenie florecerá
en democracia, libertad, transparencia y energías limpias a las que los hombres
no tendrán acceso. Las observarán con la conducta sumisa con la que ahora
muchos animales las ven ignorando lo que son. Una conciencia superior se
instalará en las generaciones venideras. Pasarán cientos de millones de años
expandiéndose el Universo a velocidades cada vez mayores. Nada quedará en La
Tierra con la que poder sospechar que el hombre existió. Será un suspiro del
tiempo, un leve aliento intrascendente, el reflejo de una chispa en la
oscuridad más absoluta, lo suficiente para comprender que la resistencia es
banal.
Casi todo el mundo miente. Pocos son
dueños de sí. Nada que no sea él, y los círculos concéntricos de amistades en
los que se encuentra, le importa. Los hombres se han apartado de su desarrollo
vital, de su conducta y conciencia, polarizando su atención en asuntos
superfluos, ajenos a los avatares que pudieran hacerlos mejores personas. Y por
mucho que les digan que es de justos y sabios perdonar, ni olvidan ni rectifican;
ensucian su corazón de ira, odio y rencor, dando esquinazo a la razón y a la
bondad, las supremas cualidades del porvenir.
Estudiemos el mapa neuronal y las
hormonas que dirigen el cuerpo humano. Posiblemente se descubran alimentos que
interesen ser incorporados a una dieta saludable e, incluso, cambien hábitos y
costumbres por otros hasta ahora apartados o desconocidos. Nada, por absurdo
que parezca, habrá de descartarse. Todo puede suceder hasta el extremo de
convertir la vida en nada imprevisible.
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