Recuerdo que era un luchador
nato. Me esforzaba, me sacrificaba, me autosugestionaba por alcanzar las cosas
que deseaba. Luego, una vez conseguidas, las compartía y las daba a conocer haciendo
participes e ellas a los demás. Mi
férrea voluntad era el secreto mudo que poseía.
Mis estudios fueron los primeros
que sirvieron, desde niño, en darme una formación acorde a la época en la que
me tocó vivir. Una época en la que el régimen de una dictadura controlaba
absolutamente todo como si fuera un dios impartiendo, dirigiendo y administrando
toda clase de actividad y, por supuesto, la educación infantil en la que todo
se absorbe como una esponja. Así, que aprendí en casa, en el colegio, en la
iglesia, en la calle, una cultura general hecha a medida a medida y previamente
censurada: una parte parcial de la historia; una sola versión de los hombres
ilustres; un “normal” pensamiento único que me adoctrinaba como a todos ensalzando
el orgullo patrio del Generalísimo Franco, reconociéndolo como el caudillo elegido por la gracia de
Dios, detestando al comunismo y las huestes rojas que se enfrentaron a su
Cruzada Nacional y repitiendo mentiras que se convirtieron en verdad.
De la
misma forma, me convertí en un ferviente cristiano, católico y practicante,
perdonando vidas a la gente extranjera, a herejes que boicoteaban a España sin participar
de nuestros ideales que, por cierto, eran superiores y los más excelsos del
mundo mundial.
Ya, para entonces, combatí contra
apóstatas que obraban pecaminosamente masturbándose o metiéndose mano
libidinosamente e, incluso, cuando llegué a Madrid, la capital del Reino, a
continuar mis estudios, luché a moco tendido contra los Testigos de Jehová
incrédulos con la divinidad de Cristo y la virginidad de la Virgen.
¡Pobrecillos! Descerebrados que no sabían lo que se decían. Después, gracias a
una amistad, encontré un buen empleo y en él destaqué merced a mi cumplimiento,
entrega, el azar y buenos resultados. No obstante, pude ver y comprobar cómo
los jefes (representantes de los patronos) ejercían con presión su poder abusando
de los que estaban a sus órdenes. Y ante tal injusticia me rebele siendo el
primero en hacerlos frente. Tal es así, que los trabajadores me eligieron su delegado
para contrastar y compartir ideas con los portavoces de las empresas del sector
y llegar a acuerdos con los que ejercer acciones determinadas. Entonces,
alguien me dijo que yo pertenecía a Comisiones obreras, dependiente del partido
comunista e, ignorante de la existencia de tal organización, renuncié a la
representación que me habían asignado y traté de documentarme sobre tantas y
tantas cosas, jamás escuchadas y aprendidas.
Dejé de pensar en los rusos
(ateos y comunistas) con cuernos y rabos iguales a los del diablo. Olvidé que
existiera el infierno y que el sexo fuera pecado. Comencé a leer libros
prohibidos. Supe de organizaciones supranacionales como la ONU, la OIT o la
Unesco y a darme cuenta de las mentiras de la Iglesia católica, de sus crímenes
y aberraciones.
En ningún libro de texto, que cayó en mis manos, se citaba a Federico
García Lorca (y menos que fuera asesinado por los nacionales por maricón) o a
Miguel Hernández, el poeta, al que dejaron morir en la cárcel injustamente.
Pude comprobar lo que suponía vivir bajo el régimen de una dictadura y sus
leyes represivas, dirigido y educado por una educación canalla.
Hoy, lejos de aquellos tiempos,
evidencio que muchos de mis compañeros y amigos (lamento decirlo) no tuvieron
la suerte que yo tuve y siguieron preservando en la misma educación que
recibieron transmitiéndosela a sus hijos hablándoles de orden, respeto y
valores. Y eso está bien, pero de ninguna manera a costa de anularles su propia
decisión permaneciendo con el pensamiento único, limitado de libertad y a
hablar de fútbol, para continuar invocando al Dictador o a la Iglesia “que no
nos hace daño”, aunque ya se sepa que ésta, en su nombre, tratando de defender
creencias y dogmas, mató, robó, acaparó riquezas, fomentó la sodomía, la pederastia, paseando imágenes, ostentando el
poder con los poderosos y ordenando toda actividad como comer, vestir,
comportarse… y, estando en continua comunicación con Dios, perdonar los pecados
mediante el arrepentimiento y su bendición.
Las consideraciones que apunto,
al igual que los sentimientos, las tradiciones, las costumbres y los hábitos,
no se borran de la noche a la mañana y quedan grabados en nuestros espíritus caminando
con nosotros lenta, muy lentamente. La historia nos dice que nuestros pasos
nunca van en una misma dirección, sino que avanzan, retroceden, quedan
encallados e indiferentes o, sin comprometerse, se reinician en una de las
múltiples encrucijadas por las que transitamos, aunque pensáramos que tales
movimientos estaban extinguidos, caducos o superados: nacionalismos,
independentismos, populismos, xenofobias y otras de nombres desconocidos, que
explotan por nimios motivos o porque alguien está interesados en ello.
A mi juicio, el peligro, el
riesgo, el conflicto es alto. Sobre todo, cuando rememoro la educación
recibida, la película de mi niñez y adolescencia que les he contado, la
semejanza con la que ahora, al parecer, se propaga a conveniencia de los
caudillos de turno, en cada una de nuestras autonomías, tratando de adoctrinar,
ensalzar su tierra o manera de ser, para obtener rendimientos electorales,
comerciales o crematísticos. Y es que la educación ha de ser un proceso social
de aprendizaje intelectual común e igual para todos. En edades incipientes, su
desarrollo es como un pequeño chaparrón, donde gota a gota va calando a niños y
jóvenes que, para cuando quieran darse cuenta, estarán empapados. Luego,
desasirse del ropaje pegado no es tan fácil, toda vez, que es más cómodo no
querer saber nada y seguir con él mojado. Por tal razón lo manifiesto y más
desde que he leído en un diario serio y hablado con gente preocupada que en
Cataluña, País valenciano,… tal práctica es un hecho contrastado.
Reconozco no ser técnico en
educación, pero si saber lo que expreso. Las humanidades (historia de las
mitologías y religiones incluidas) habrán de ser consensuadas por muchos y
variados entendidos a fin de lograr unos contenidos lo más objetivos posible.
Las ciencias para todos habrán de ser iguales. Las artes contra más amplias y
abundantes mejor. Los valores sólo uno: la bondad; a partir del cual, es
imprescindible hacer pensar a los alumnos para que tengan su propio criterio.
Que sopesen posibilidades; debatan cuestiones; consideren si existe o no la
verdad absoluta o, simplemente, lleguen al convencimiento de que que, la
mayoría de las cosas, son relativas; al contrario de los dogmas de fe, que no
son sino imperativos en los que sólo cabe la aceptación y el cumplimiento.
Exentos motivos estos, que carecen de la cualidad de razonar o reflexionar,
imprescindibles para la formación de un ser pensante como el hombre.
Hagamos que la patria de todos
sean la Tierra y la Naturaleza de las que partimos, sin espacios excluyentes,
para que cada cual, con su diversidad, ideas y emociones, llegue a reconocer que
las tragedias se superan si somos capaces de ceder y arrimar el hombro; que el caos puede
convertirse en armonía y que “las relaciones e identidades estables solo surgen
de los conflictos”. Por norma, cuestionemos las voces que suenan bien y emergen
de los poderes; la mayoría de ellos, tergiversando conceptos hasta el extremo de
hacernos creer cosas que no son.