Si por mí fuera borraría la
palabra “prohibir” de nuestro vocabulario.
A veces leo: “Prohibido pasar peligro de muerte”. Yo lo cambiaría por: “No pasar, peligro de muerte”. Siempre
he pensado que la acción de prohibir es una incitación, una provocación para
quebrantarla. Todavía recuerdo mi “mili”. Las órdenes para cumplir “porque sí;
porque lo mando yo”. El imperativo de prohibir no muestra, ni explica, ni
razona el porqué de su motivo, lo que puede considerarse una injusticia. No hay
nada mejor para despertar el interés que la curiosidad, el deseo… que prohibir
para incumplir y más si se es joven, incauto, imprudente…: La juventud es
atrevida.
Siempre he mantenido que la
libertad es fundamental y muy importante, mientras la prohibición, sea la que
sea, la coarta. La práctica de libertad exige, a mi juicio, responsabilidad y
respeto hacia los demás, porque estos también tienen derecho a ejercer la suya
y, la posibilidad de que sean diferentes u opuestas, es lo normal.
De suma importancia ocurre con las asociaciones, especialmente las religiones y los partidos políticos, cuyas creencias de cada cual, obligadas o no, no tienen, prohibidas. Los negocios como la venta de drogas, sexo y estupefacientes especialmente semi prohibidos. Los delitos en general, asesinatos, robos, suicidios y otros, están prohibidos por ley.
Reflexioné al respecto y he
llegado a la siguiente conclusión: Nada prohibido. Todo libre. Sin embargo, como todo acto, cuestión o asunto que se haga, tiene sus consecuencias sometido a las normas y leyes que democráticamente nos hemos dado, imponiendo
un castigo justo, a quien las incumpla.
A quienes cometen delitos se les aplica las condenas y penas correspondientes. La prohibición no es
suficiente para evitarlas. Las drogas y la prostitución, que sabemos existen,
deberían liberalizarse con los controles médicos, impositivos y necesarios (*).
Todos ganaríamos impidiendo un tráfico ilegal y mafioso, sometido lógicamente a
un castigo. En cuanto a las prácticas religiosas y políticas ninguna
prohibición, ambas son formadoras de la identidad y costumbre, de la fe y forma de
vivir de los pueblos. Ellas, no coartan las libertades, aunque, en algunos
casos, sus efectos de miedo o venganza, con llamas
eternas en los infiernos y diablos patriotas perseguidores de pobres y emigrantes, los producen.
No obstante, los actos religiosos y políticos no deberían invadir los espacios
públicos respetando a otras religiones y partidos, toda vez que lo público es
de todos y todos no somos adictos al mismo credo ni a la misma ideología. La
libertad, pues, es un bien tan preciado que no debemos perder y se ha de mantener tolerando las ideas de los otros que, por muy descabelladas que nos
parezcan, no se han de prohibir. El respeto es obligado para todos y sin él, la
libertad se anula, la palabra es vana y difícil resultará acordar y lograr
objetivos.
Los profetas,
líderes, elegidos y demás precursores de todas las organizaciones, las fundaron
pensando en lo mejor para la gente que las abrazara, en los beneficios sociales
que reportarían y no en los daños que les causarían. Después, algunas se
segregaron en otras hasta llegar a las que hoy
existen. Sin embargo, vivimos en un tiempo que todo se manipula mucho más
rápido que antaño por intereses generadores de poder y riqueza, por lo que, de
igual manera, se han de establecer parámetros para comprobar los grados de
mentiras y falsedades a fin de imponer sanciones y castigos a quienes las
practiquen, sean a través de redes sociales, medios de difusión o asociaciones
de cualquier tipo.
(*) Algo
discutible, importante motivo para debatir.
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