Un país que mete a unos
titiriteros en la cárcel, que afirma “más vale lo malo conocido” y que, entre
otras cosas, en lugar de analizar el contenido de las miserias vertidas en el
despacho del ministro encargado del orden, trata de encontrar a quién grabó su
conversación, es un país sin ética ni moral. No es extraño pues, que una tercera
parte de sus habitantes aplaudan el paro, la economía, la corrupción votando a
políticos que, sin responsabilidad alguna, persisten en mantener, para muchos,
la dureza de vivir en España mientras, ellos y los suyos, se enseñorean con sus
enjuagues. O bien, el adoctrinamiento de tantos años de Dictadura aún no se ha
extinguido, o bien, ese tercio de ciudadanos se han acostumbrado a sentirse impotentes
ante quienes cometen robos y atropellos, escudándose en el decir popular de que
“todos los políticos son iguales, que ni devuelven lo robado, ni se les ajustan
las cuentas”.
¿Cuántas veces hemos oído decir que
“el que no tiene padrinos no se casa”? En España los timos, chanchullos,
enchufes y demás golferías continúan de igual manera que los había en la época
de Franco. Hoy, por el contrario, se conocen y, por tanto, los corazones de la
gente se indignan o, tal vez, se habitúen cuando, pese a tanta denuncia, los
efectos parecen ser los mismos. Gran parte de la ciudadanía se pregunta para
qué esforzarse si no ve en ello futuro, si para los sinvergüenzas no hay
castigo, si basta con afiliarse a algún partido para hacer carrera laboral o
tener un puesto asegurado. ¿Por qué sino mantener al Senado, a las
Diputaciones, a tantas empresas estatales, a independientes comisiones gubernamentales, a un sinfín de cargos
clientelares y asesores vacíos? ¡Cuánta avaricia! Todo eso huele a tribus africanas, a familias sicilianas, a burócratas aguardando alcanzar el máximo
poder. Todo vale. Además, nos toman por niños o ignorantes intentando hacernos
creer que son necesarios, excepcionales.
¡Qué alegría tan enorme me proporcionó
la entrada de España en la CEE suponiendo que, al menos, en esto ganaríamos! Me
imaginé menos trampas, más seriedad, competencia y nada de capital de amigotes.
¡Qué equivocado estaba!
¿Cómo es posible que la gente no
reemplace a los corruptos? Acaso, en estos momentos, ¿no han distanciado, más aún, a las diferentes
clases sociales? Me resisto a dar crédito al miedo, al pensamiento único, aunque
éste se consiga con aquél. No obstante, he de reconocer, que tras el avance de
los extremos (pobreza y riqueza) voy asimilando y entendiendo que la gente de a
pie, viendo a tantos Bárcenas emerger sin que ningún político haya dimitido,
tire la toalla y no quiera saber nada de nada, se abstenga o elija lo malo
conocido. ¡Para lo que vale su voto!
Seguiré, no obstante, contando lo
que opino, libremente, respetando la decisión de cada cual ¡Faltaría más! Sin
embargo, considero que las personas desprovistas de moralidad en aras a salir
anunciadas en los “Papeles de Panamá”, por ejemplo, son indignas y antagónicas
a lo que yo soy y a lo que el pueblo llano se merece. Posiblemente alguien
tenga intereses en meternos a todos en el mismo saco, pero no lo conseguirá. Por
fortuna, hemos ganado en la denuncia, la decisión y la libertad que, aunque
todas ellas sean todavía insuficientes, merece la pena decir la verdad. Una
verdad que exija responsabilidad y esfuerzos a quienes cobran de los recursos
públicos. Que apuesta por erradicar a ladrones y bandidos, sean miembros de la
Casa Real, del Gobierno, de la Iglesia o la Magistratura. Que confía en hacer
ver a la mayoría de la gente que los estímulos de este país están equivocados y
han de sacrificar dinero y riqueza por felicidad, ya que se puede vivir con
poco, pero, sin generosidad ni esfuerzo, el infortunio sobresale. Una verdad
que, si no es así, tal vez, el único equivocado sea yo, el que les escribe.
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