Puede que no estemos
acostumbrados a ello, pero la discusión, el debate abierto, publico y llano, que
mantuvieron dirigentes de Podemos, lo prefiero al que han tenido que dilucidar
los socialistas, entre un campo de alambradas y minas sembradas, auscultados
con infinitas miradas ocultas. Nadie
está en la mente de nadie y cada cual puede opinar respetuosamente lo que
convenga, pero de ahí a inventar mentiras para el engaño general (cosas que
vemos cada día en medios de difusión por intereses particulares) va un abismo.
No imitemos a Rajoy que, como
dice Javier Marías, “ha despreciado a todo el mundo y no ha atendido a razones
de nadie, siendo una estúpida estatua” y reconozcamos nuestros errores. Si es
el caso, incluso, hablando en voz alta. Tampoco se puede llegar a gobernar
pensando que “si no te aman haz que te teman” que escribiría Maquiavelo para un
absoluto monarca; será preferible, no
obstante, conseguir algo tan difícil como ganarse la confianza de quien te odia
o rechaza. Sin embargo, ambos aspectos han de pulirse y ser diferenciarlos
para obtener la confianza de los votantes antes de gobernar, y lograr
ecuanimidad, justicia y el respeto de la
gente gobernando. Desde luego, “obras son amores” y éstas son el mejor modelo
para infundir ejemplo a los demás: si son de su agrado conquistarás y al revés,
te despreciarán si te temen.
El ciudadano vota al partido que
le inspira mayor confianza, con lo cual, provocar
miedo nunca puede ser positivo, por mucho que se aclare que es sólo es
contra los poderosos. Las leyes han de cumplirse y nadie ha de ser intimidado
por ello, ni siquiera la gente poderosa. Nadie tiene que soportar las poco razonables
bravatas de nadie (lo diga quien lo diga), salvo que quiera ganarse enemigos tontamente,
sin ningún fundamento, o quiera contentar enardeciendo a gente necia. Aún
recuerdo el dicho que dice: “cuando llegues a casa, pega un palo a tu mujer que
ella sabrá el porqué se lo pegas”. Ignoro la autoría machista, misógina y nociva
a denunciar seguida por bárbaros e incultos, cuando se ha de apostar por mayor
igualdad entre todos; y si se quiere, cuestiónese
por norma al poder, para que el debate y la discusión abunden, y más, si la igualdad y su ausencia de
generosidad lo obcecan. El matiz es claro, las leyes justas, instauradas
por el poder legislativo y democrático para una convivencia pacífica, han de
cumplirse y para eso se elaboran ¡Qué sobre el delincuente caiga el peso de la
ley inexorable y pague la pena impuesta
sin indultos ni atajos! Esto si ha de causar miedo a los servidores del delito
y la muerte, sean o no poderosos. Entretanto, ¿por qué no desear lo mejor para todos? ¡Claro que sí! Ya se sabe
que más se consigue con miel que con hiel. Y ahondaré en lo dicho: creo en lo
transversal, en el bienestar general, en el esfuerzo que nos dignifica. No
comulgo con las limosnas, ni dádivas, ni privilegios, ni prebendas. Es
necesario cuantificar las cosas, en especial lo público, y entender que
conseguirlas supone un valor añadido (contra
más cuesta más se aprecia) y en esa dirección se ha de mover la política y
toda práctica en pro del bien común. Lo discuta quien lo discuta. Pongamos cada
cosa en el fiel de la balanza y démosle precio ¡Qué tristeza la de ser rey por el mero hecho de nacer siéndolo! ¡Qué
injusticia la de ser millonario por haber recibido una herencia! ¡Qué vergüenza
hacer fortuna delinquiendo! ¡Qué fiasco infundir miedo al poderoso por el hecho
de serlo y viceversa! A todos ellos me dirijo para que comprendan que se
puede vivir en armonía, ocupando a unos para que, con su trabajo, puedan vivir
sin recurrir a la delincuencia y limitando las rentas a otros para que, sin
agobios, puedan disfrutar y realizarse en la vida. El Estado ha de preocuparse de
todos y, como en una familia normal, intentar que el más débil no se debilite
más y el fuerte colabore. Que nadie se desvele por su vida si trabaja, teniendo sus necesidades básicas a salvo, sea libre respetando la ley y ajustándose a sus
posibilidades.
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