La prédica de nuestros políticos
pasa por decirnos que su vocación es la de servir a los demás y, en la
práctica, vemos como lo único que les
interesa es el dinero y el poder. La mayoría de ellos carecen de haber
ejercido una profesión con la que se ganaron la vida y, por lo general, nula es
su preparación para la función que desempeñan. Eso sí, su voluntariedad es máxima.
Difícilmente una persona alcanza
un cargo político si antes estuvo privada de alguna de las necesidades vitales
como la alimentación, el cobijo, la sanidad o la educación… y eso nos alegra,
porque es justo lo que deseamos para todos: nadie ha de vivir en la miseria o de la caridad. Sin embargo,
carecen de juicio suficiente pregonando las mismas como prioridades de las que nunca
se ocuparán cuando lleguen a gobernar. Tampoco lo hacen dando trabajo a la
gente para que ésta no tengan que mendigar o delinquir.
Es el trabajo la principal herramienta para que la gente pueda salir
adelante y un ayuntamiento, por muy simple que sea, puede proporción tal
menester; bastará con que el consistorio, municipio o distrito anule la totalidad de gastos menos relevantes y
emplee todos sus recursos en dar ocupación a su gente en paro, y presumir así
de: ni un parado más en mi pueblo, en mi
ciudad. Un parado que se ocupará de fichar todos los días como un empleado
más, ajustándose a las condiciones de
cualquier otro trabajador, tanto en jornada, retribución digna u otros efectos
para su vida laboral. La prestación por
desempleo desaparecerá porque habrá pleno empleo y las empresas contratarán a
través del propio Ayuntamiento porque éste se habrá convertido, además, en un auténtico
regulador del Mercado laboral.
Hoy por hoy, en España, la falta
de trabajo es la principal dificultad, el mayor problema para que la gente
pueda ganarse la vida honradamente: Declárese
la guerra contra el paro. Y el político en su zona, distrito, pueblo o
ciudad, puede gestionar los recursos para ello: no hay otra cosa más importante.
En España existe una gran inflación de cargos políticos; una gran
mayoría parasitarios en el Senado, Diputaciones, empresas públicas y
semipúblicas, de asesoramiento y representación, con sueldos enormes y nula
responsabilidad. Los políticos son una
especie a extinguir tal y como la conocemos, dado que es inaudito que sean
ellos mismos los que se asignen sus sueldos y demás condiciones laborales, sin
responder ante ningún patrón ya que carecen de él, y ni siquiera ante su
partido, toda vez, que mutuamente nada, en su caso, los ata o vincula.
Una mercancía tan vil y peligrosa
como es el dinero la mueven y gestionan sin conocimiento. Buscan intereses que condicionen votos a su favor. Ese dinero
público, de todos los contribuyentes, no es sino una entelequia para ellos. La
mayoría ignora lo que cuesta ganarlo y, cuando lo tienen a su alcance, a su
disposición, engendran un mega-proyecto para justificar, a veces, lo
injustificable. El encumbramiento al poder facilita muchísimo la labor
trascendente para la que el político
vive: estar al margen de la realidad
común del resto de los mortales. Algo, por otra parte, comprensible dado su
cinismo, hipocresía, engaño o mentira con las que se alinean y se caracterizan,
transformándose en seres especiales o de otra dimensión. No pasan
desapercibidos como las reinonas de un cabaret y, por tanto, prefieren no
frecuentar espacios públicos como la oficina del paro, los hospitales de la
seguridad social, las colas de los espectáculos, los paseos frecuentados, salvo
que los apremie la época electoral y sean sumisos servidores de la gente a la
que vaticina su felicidad si son ellos los elegidos. Así vemos pues a nuestros políticos, tal como ellos mismos se propagan,
sin darnos buenos ejemplos a seguir.
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