Hay que ser malas personas para augurar maldiciones a otros y beneficios para ellos mismos. Predicar sin dar ejemplo y denigrar a los demás. Sí. Existen organismos importantes al frente de los cuales hay verdaderos expertos en la cuestión.
Presagios que casi nunca se cumplen, pero que asustan y,
entre entras cosas, realizando, sin responsabilidad, el trabajo que les
toca hacer. Si aciertan se ponen las medallas; en caso contrario, si te he
visto, no me acuerdo. Su nulo compromiso es manifiesto. Ejemplos vemos en
declaraciones políticas tanto en el Congreso como en el Senado, en miembros
de Cámaras, Federaciones Sindicales, Banco
de España, Centro Nacional de Inteligencia, Comisión del Mercado de Valores y… otros organismos.
Así que disfrutamos de una élite de personas que parecen ser inmunes
al error. Ejecutivos que, gozando de sueldos escandalosos, se permiten, en un segundo plano, alertar a la gente que la clase media y baja mayoritaria, (económicamente hablando: pensionistas, funcionarios, trabajadores con salarios mínimos o rentas básicas),
son los culpables de que el déficit se dispare, sin darse cuenta que son ellos,
con sus altas remuneraciones (injustificables a todas luces), los que se las debían
recortar para equilibrarlo.
Veamos, ciñéndonos a España, algo que acontece:
El salario mínimo está cifrado en 950 euros que por 14 pagas
resultan 13300 euros al año. Lo que supone que, con tal cifra, ha de vivir una
familia o un adulto, cuanto menos.
¿Cuánto ganan las educadas personas a las que nos
referimos? Sencillamente unas 10 veces más. Pues bien, la economía es fácil:
Los gastos no han de superar los ingresos. El desequilibrio no es porque los
primeros, al ser muchos más que los segundos, deban de ingresar menos, sino
porque éstos cobran en exceso, fuera de lo corriente.
No creo en la pobreza que tiende a la igualdad, sin embargo, sí en el esfuerzo y la honradez, en el ahorro y la inversión y, sobre todo,
una vez que todo el mundo goce de un
soporte vital, en la libertad que nos permita, en buena lid, alcanzar cualquier meta y las diferencias sean loables.
Lo segundo, no consiste en acudir a lo fácil y obviar el
problema en su extensión limitando sueldos a la clase empobrecida o aumentando la Deuda nacional. Hay otras
medidas y las cantidades fijas, no los porcentajes, logran que las diferencias no se distancien cada vez
más entre unos y otros.
Lo tercero, me
pregunto, es por qué no hablan y tratan la corrupción; los sueldos de
los altos cargos o directivos de empresas públicas y privadas; las duplicidades
de organismos y entes públicos; la cantidad de subvenciones y ayudas administrativas
sin control; el gran número de asesores de los políticos; las comisiones que
algunos se llevan sin comerlo ni beberlo, es decir, por la cara; las evasiones
de capitales e impuestos; los dineros negros; las donaciones a Iglesias, fundaciones, partidos, sindicatos…;
las rebajas impositivas a empresas, especialmente a las de mayor tamaño; los
gastos y gastos sin fundamento que, ni el más avezado, es capaz de enumerar.
Pero no. Lo hacen fácil: impuestos contra los débiles.
¡Y se dicen economistas! Pues bien, piensen y cierren
el grifo del agua que se escapa.
Por último, reconocer lo triste de la historia
por la que el dinero llama a dinero, la pobreza a la pobreza, la educación a la
educación, la ignorancia a la ignorancia y las víctimas, que son la mayoría,
volverán a ser las mismas otra vez.
Invéntese la Ocupación. Con ella, y otras
pequeñas medidas más, cabe remediar cuanto antecede y denunciamos. Es cuestión de acometerlo y
no mirar a otra parte.
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