Desde que el mundo es mundo,
el peor padecimiento, el mayor castigo que se infringe al ser humano, es y será
la pobreza. Ser pobre es una enfermedad. Convive con nosotros y para ella, aun
conociéndola, carece de medicinas,
remedios o fórmulas con la que poder superarla. Es una pandemia maligna
que nos persigue desde siempre, sin que nadie sea capaz de dar con una vacuna que
la erradique. Es tan execrable su mal, que se multiplica en silencio y sin
piedad, sin que nadie pueda controlarla o detenerla. Quien la sufre no es capaz
de levantar la vista del suelo, destrozada su dignidad (si es que alguna vez la
tuvo), para desaparecer en el anonimato cuando el día y la noche se juntan con
los tormentos del hambre, del frío, de la lluvia o del calor en la soledad de
un callejón intransitable, allá donde las ratas campan a su antojo entre
suciedad, orines y vómitos, donde los
invisibles, desarrapados y míseros de la creación se encuentran.
“¡Bienaventurados los pobres
de espíritu…!”.
“! Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia…!”.
Jesús nunca citó a los
pobres de solemnidad que por entonces también los había. Estaba al corriente
que para ellos no tenía solución y se abstuvo de nombrarlos. Así “Su Iglesia” (prescindiendo
de ellos y sin dar cuentas del resultado
de sus negocios) puede que sea la más opulenta y poderosa empresa jamás creada.
Facilitemos una ocupación y
un cobijo a todo el mundo. Que el inicio de la pobreza llega con el paro y el
desamparo. Hay ríos, tierras, mares, montañas, hogares, dependientes,
necesitados, empresarios, cursos, iniciativas, libros… que aguardan a los que
están en el desempleo. A jóvenes y gente que desean poder emanciparse, seguir
siendo útiles, sabiendo con seguridad que siempre tendrán un trabajo que les
permita comer y un refugio donde guarecerse sin importarles el contrato laboral
que puedan firmar. Un contrato (el peor de todos) a suscribir con LA GRAN
EMPRESA que, cumpliendo con su obligación, se alejarán de la miseria y tendrán
aseguradas la estabilidad y la esperanza de vida. Esta es nuestra vacuna. La
fórmula incipiente (ya muchas veces escrita) para acabar con la lacra del paro
y la enfermedad o “pecado” de la pobreza.
Hoy, todavía, hay muchos que se preguntan: ¿Y cómo pagarles? ¿De dónde sacar el dinero? La respuesta es amplia y fácil a la vez. El dinero se sacará de donde ahora se saca para pagar el paro. No aportando ayudas innecesarias (fiestas, deportes, acontecimientos superfluos…). Con los rendimientos que generan los trabajos (cuidando enfermos, limpiando jardines…).No exonerando a nadie de pagar impuestos, ni a las multinacionales, ni a la Iglesia…. Y, sobre todo, reduciendo gastos. Nada de subvenciones. Nada a quien pudiendo trabajar no trabaje. Nada a quien no lo precise. Rentabilizando las empresas públicas en competencia con las privadas. Acabando con la sangría de la corrupción y los pagos en negro y con aquellos que no rinden cuentas.
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