El mundo está plagado de personas
con enfermedades de todo tipo. Las más peligrosas son las mentales porque no
solo atentan contra uno mismo sino contra los demás y, sobre todo, si a tales
mentes se las considera con poder suficiente para propagarlas. Estamos viviendo
momentos propicios para ello, aunque las dimensiones de los desvaríos puedan
ser de muy distintos tamaños y formas.
Peligroso es estar en
contradicción con Trump, por ejemplo, ya que, siendo un negociante, se
considera salvador de la humanidad bailando el agua a Putin, desatendiendo los
rezos de Maduro, exigiendo más dinero a sus amigos.
A otros niveles nos acercaremos
al segador de Argentina, con su podadora eléctrica o motosierra Miley, o al
rebelde de Bolsonaro capaz de improvisar el sueño de volar deshaciéndose de las
ajorcas que lo mantenían cautivo. Más próximos a nosotros nos hallamos con un
Tribunal Supremo español donde muchos de sus componentes se consideran, como
mínimo, y es un suponer, dioses del Olimpo no siendo más que unos bordes
barrenderos de las mierdas de locos enfermos que chillan y claman si razones
para hacerlo, aunque, por considerarse superiores a los demás, no lo reconozcan
y, prácticamente, sean intocables. Y es que, como dijo Montesquieu, “no
existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia
de justicia”.
Ejemplos los hay. Los podemos
reconocer viéndoles vociferar con lenguas viperinas como lo hace Abascal, “la
de Madrid” u otros cuyas palabrerías cautivan a mucha gente que no sabe o no
quiere razonar; verbigracia un tal Aznar, que aún sigue manteniendo que en Irak
existían las armas de destrucción masiva y que la ETA causó la horrible matanza
de Atocha o, fuera de España, un tal Netanyahu, con su sabia sonrisa y cara de
acero, diciendo que la guerra ha de continuar cuando esta no existe, ya que
solo él la confunde con una aniquilación a mansalva de hombres, mujeres y niños
que no se pueden defender.
Existen otros efectos más
sibilinos, por el simple hecho de tener el pelo blanco o la barba azul o que
gozando de patente de corso se permiten propagar bulos, anatemas e
insinuaciones descaradas sin que nada les importe, salvo la de hacer lo que les
da la gana.
¡Ay de los señores políticos! ¡Ay
de sus señorías los magistrados! ¡Ay de los que se consideran con algún poder!
¿Cuántas exclamaciones tendremos que dar más para que, quienes los representan,
se comporten con naturalidad y sensatez en lugar de denigrar, asustar y
escandalizar a los parias de a pie que les defendemos?
Habrá que modificar el cómo
elegir al Legislativo, al Judicial, al Ejecutivo, o crear un Ente anterior a
ellos que determine un plan que llevar a cabo para que el pueblo no sea llevado
como una caballería con bozal, mientras ellos van montados a sus lomos
patrocinando inquietudes, enfrentamientos y guerras que rechazamos.