Pasar a la historia sin ver ni medir sus consecuencias o instaurar la
independencia de un territorio de todos, seguramente, serán dos cuestiones de
mucho interés, sin embargo, no son sino
mucha pompa de fatuo contenido. Pero, ¿quién soy yo para oponerme? Sí. Un don nadie. Un ciudadano de a pié que a
nadie represento. Contento con no
parecerme a quienes se caracterizan por sus engaños, cobardías e iluminaciones, aunque en realidad sean unos
listos que nos toman por tontos.
Es ignominioso disparar por el sólo hecho de hacer ruido. Tapar así los delitos de corrupción ahogando
en la vileza los problemas que nos aterran, mientras la gente muere de hambre o
de inanición. Otros caen por comer basuras, los más se desesperan por la falta
de recursos para ir tirando entre la miseria y la indiferencia. Los menos
contemplan el espectáculo sin dar crédito a lo que ven.
No creo haber vivido otra etapa tan triste. Es algo deprimente. La
población española estamos contaminados por una plaga maldita de políticos sin
escrúpulos, vividores sin vergüenza que
dejan a una amplia parte de la población en la cuneta. Y más aún cuando públicamente
se están formulando denuncias al respecto. Estos señores que se creen dueños del mundo, superiores a los demás o en posesión de una verdad absoluta, olvidan que todos nuestros
actos tienen consecuencias: sus mentiras también las tendrán, aunque no tengamos ocasión de comprobarlo.
En España reina un mal cuya solución
está muy lejana. Es curioso contemplar la sospecha de impunidad del poderoso; el pésimo ejemplo que parecen transmitir
nuestros gobernantes; la incredulidad con que el pueblo emula sus tropelías:
nadie quiere pagar impuestos; nadie se fía de las palabras que oyen; nadie
tiene confianza en quienes se definen diciendo que son sus representantes.
Para ratificar más aún su poder nos venden leyes proporcionándonos
seguridad cuando es justo lo contrario: se protegen o comienzan a temer. Son
medidas arbitrarias e injustificadas que logran equivocarnos. Al revés, la
desconfianza de la gente aumenta. Se siente engañada, traicionada, siendo
títeres de verbena.
Muchos se resignan. Sufren agresiones y callan, pero no olvidan. Otros se
revelan y no consiguen nada, pero el mal corroe. Y cunde la pandemia destrozando a la sociedad
temerosa, pero que no muere. Una sociedad que contempla atónita como salen
a frote las preocupaciones personales; las que colman egos o ambiciones o nada o poco contribuyen a un bien
general. Mientras, se incumple la Carta de los Derechos Humanos o la propia Constitución
española.
Nada de todo eso sucedería con el Proyecto de Ciudades Ocupacionales que
venimos propugnando. ¿Por qué no nos preguntamos lo que debían hacer nuestros
dirigentes y no hacen? ¿Qué aportan para quitar el paro? ¿Por qué no evitan la
emigración?
Nadie debemos juzgar a nadie. Nada es fácil cuando de hacer algo se trata.
La buena voluntad, sin embargo, está lejos de sus prédicas. No hay ejemplo. No
hay gestos. No hay buena voluntad.
¡Bájense de las
alturas! Detengan el mal, incluso, antes de que a ustedes se los lleve por delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario