Hoy en día con exceso de producción en Europa, nada mejor que adecuar su
reparto, regular el consumo y evitar el desempleo; algo a lo que la economía
competitiva se resiente en manos de grupos financieros sin interés alguno por un
equilibrio racional y que sólo está preocupado por sus cuentas de resultados. No está en producir más sino mejor; en conseguir más riqueza sino en
distribuirla equitativamente. No se trata de dar limosnas, subsidios o
prestaciones sino en enseñar a obtener los recursos necesarios para vivir; ni
siquiera consiste en crear puestos de trabajo sino en tener actividad en la que
ocupar a la gente y, por supuesto, no a costa de cualquier precio sino con
respeto a la vida digna y a todo aquello que la haga posible.
Hoy en día el derecho a la
sagrada propiedad privada es una pura entelequia, merced al capitalismo salvaje
que la sociedad civilizada respira. En aras a esa propiedad existen poderes públicos e individuales (con
intereses diversos) que coartan y ejercen discriminación absoluta sobre la
libertad del individuo y otros colectivos. Hoy el llamado mercado libre (con
intereses partidistas) se regula por
apuestas especuladoras que lo rigen dominando a gobiernos, que no tienen
otra alternativa que claudicar (sojuzgando a
unos ciudadanos en beneficio de
otros) y permitir que el sistema
capitalista (ausente de igualdad de oportunidades) se encumbre y regule a
conveniencia.
Ayer, aún hoy, dependiendo del territorio, sucedía al revés. El Estado era igualmente
sometido pero esta vez por un Gobierno absolutista (propio de monarquías y
dictaduras rancias) carentes de libertades individuales y colectivas que no
permiten la sagrada propiedad privada. Ambos sistemas no privan a los ciudadanos
de adorar al dios dinero y la corrupción, la avaricia, el poder, substantivo
de los hombres, campan a sus anchas. En
ambos regímenes también, los políticos, sus amigos y los que a ellos les
interesan están al margen de crisis económicas manteniendo sus empleos y
privilegios por encima de todo.
Es cuestión de libertad. El exceso
de libertad salvaje se ha convertido en una depredación; la ausencia de ella en
rémora y decadencia. Similar a las
temperaturas extremas donde no se puede vivir. Habrá que buscar las zonas
intermedias sin que sufra la libertad con respeto que no se puede erradicar; al
revés, hay que potenciarla. Habrá de poner igualmente los medios para que se dé
sin cortapisas la democracia, la justicia y otros derechos tan sagrados como el
de la propiedad que se invoca; de tal manera que convivan, en su punto medio,
las políticas que los sustentan; es decir, lo público y lo privado, con un
regulador que no ha de ser el azar manteniéndose escondido en el anonimato y,
aún menos, en la indiferencia por las cosas y los aspectos vitales para el ser vivo.
No se trata de independizar mi trozo de parcela del resto porque tengo
agua, cosecho plantas, cuido mi ganado y, además de tener con que alimentarme, puedo gozar de la educación, de buen aire y
comunicación sin estar supeditado a nada. No nos engañemos. Esa independencia
no existe. En nuestro origen como hombres está la culpa. No somos dueños sino
de lo que nos corresponda por el esfuerzo y la ocupación (no por causas
delictivas) mientras vivamos. Nosotros no somos ajenos a la Naturaleza a la que
pertenecemos y nunca podremos cambiar. Cada cosa, ente o ser son propios y
forman parte de un todo que tienen su espacio y utilidad.
Ni lo de ayer ni lo de hoy. La clase camaleónica que media en la economía,
en la política e, incluso en otras parcelas que no le competen, deben de ir
aprendiendo a ser menos generosos con lo que no es suyo y, en su lugar, enseñar
a pescar, simplemente, ocupando a la gente.
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