Existen provocadores que, tratando de ofender o meter miedo, llaman
populistas a personas que abogan por determinadas doctrinas o movimientos
políticos contrarios a los suyos, y me digo: “bueno, ¿y qué?” Populismo es todo
aquello que defiende los intereses del pueblo para, como todos, ganarse su
favor. Un artista, una tradición, una idea, un acontecimiento que se anhela….tiende
a ser popular y, a veces, lo consigue. De ello, tenemos miles de ejemplos.
Se da la circunstancia que,
desgraciadamente, no existe partido político alguno que no retome en sus
discursos un aire populista buscando el plácet de la gente, endulzando los
oídos a sus seguidores y escuchantes clamando lo que quieren oír e, incluso,
mintiéndoles de manera descarada, aun a sabiendas de que no es cierto lo que manifiestan.
Los que al aire lazan epítetos de los populistas, la mayor parte de las veces, auguran horrores, desgracias, fracasos, engaños y demás catástrofes.
Son acaso, ¿poseedores de la verdad
absoluta?; ¿representan a alguna la deidad omnímoda?; ¿tienen una varita mágica
con la que adivinar el futuro?; ¿portan el don especial de saberlo todo?... por lo
que me pregunto:¿cómo lo habrán conseguido?
El cómo, la verdad, no importa; lo verdaderamente importante es el porqué.
¿Por qué lo hacen? ¿Por qué
impregnan de espanto sus palabras? La respuesta es bien simple: su propio interés, en su interés propio. En lo que ellos ven el populismo, presienten a un tiempo
perder parte de sus privilegios y ganancias, por mucho que se hagan llamar
populares. Y sus temores lo sacan a
relucir atacando; augurando males ingobernables si ellos no son los que
gobiernan; tratando de transmitir a los votantes parte de sus miedos que, como toda cosa intangible, se materializa de veladas formas, entre ellas, las de
por si acaso: por si acaso es cierto,
por si acaso tienen razón, por si acaso existe, por si acaso… Un por si acaso que no nos permite formar
nuestro personal criterio. Craso error del que muchos se aprovechan en su
particular beneficio.
Humanamente siempre defendemos al
débil, cuestionamos al poder, nos emocionamos ante la tristeza o la alegría de
los demás. Nos resulta menos trabajoso
dar realismo a los Reyes Magos o a la cigüeña que trae los bebés de París, que revelar
a los peques la verdad; más cómodo es pensar que la Virgen es virgen o la reencarnación es un hecho, que debatirlo; más fácil es favorecer las palabras repetidas
o hacer siempre lo mismo (lo que hace Vicente), por muy disparatado que sea,
que cambiar infinidad de cosas que son necesarias. Nos duele mucho dar un paso y variar. Hasta hace bien poco, a
nuestros niños les extirpaban las amígdalas o las maletas se desplazaban sin
ruedas, ¿recuerdan? Ya va siendo hora de
acometer nuevas acciones y aminorar las diferencias sociales, el desempleo, las
crisis, la impunidad… ¡Qué robar resulta barato! ¡Qué nada cuesta disparar
con pólvora ajena! ¡Qué se tipifiquen responsabilidades crematísticas! ¡Qué la
justicia y la política se separen! ¿Decir esto es populismo? ¡Habrá que hacer
cosas distintas! Y para eso será menester tener menos miedo. El inmovilismo a
nada nuevo nos lleva. ¿Por qué no recapacitamos
en ello? De nada sirve resultados que nos equivocan: un crecimiento
económico que supone el bienestar para unos pocos; un aumento medio de la renta,
etcétera. No quedamos con lo simple que
no nos hace pensar. No deberíamos dar pábulo a fantasmas, cuando lo razonable sería contrastar lo
que a diario vierten los medios de comunicación, las redes sociales, los
políticos, los predicadores profesionales… ¡Cuánto
aprenderíamos! Nada, que yo sepa, es palabra de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario