Nadie sabe a la larga las consecuencias de una determinada acción de
hoy. Tan pronto sucede o se ejecuta, todo lo que se diga no será más que
una opinión acertada o un pronóstico incierto. Hay que dejar pasar el tiempo para saberlo y, por supuesto, para enmendarlo (aún colea el golpe de estado de
hace ahora, exactamente, 80 años) se transitará por muy diversos avatares. Un
tren al que se debió subir y no se hizo.
La pelota de tenis que se devuelve pensando que iba fuera y, cuya duda, nunca se será aclarada. La palabra
pronunciada que no tiene marcha atrás. La papeleta metida en la urna de un sufragio
que no puede recuperarse. Son ejemplos que
nos valen para reflexionar sobre lo que actualmente acaece en la política
española de importancia capital, aunque a largo plazo, en un futuro, se
relativice y, tal vez, se pueda evidenciar sus resultados.
A mi juicio, Podemos debió permitir la investidura de Sánchez y
hacerlo presidente con sus votos, pero eso no tiene ya vuelta de hoja. A veces,
los deseos no hay que retenerlos, ni tampoco sugestionarse con ellos, dado que,
quiérase o no, salen a la luz a estrellarse ante un muro opaco que los mata o, a
expandirse ante una transparente valla que nos los detiene. Lo cierto, es que
el anfitrión, el protagonista, el señor Sánchez, partía con una substanciosa
ventaja sobre los demás y eso (sin pero alguno) lo ha perdido. Únicamente a él
corresponde la culpa; ahora deberá comenzar de cero y renunciar a la tarima
sobre la que estaba asentado y hacer oídos sordos a los deseos de
algunos.
La gente está desencantada,
especialmente con Podemos, aunque suya no sea la falta. Y es que era
una ocasión única (y aún puede serlo) para que sus votos, en el primer
encuentro con la realidad legislativa, decidieran no sólo que el PSOE gobernara,
si no sobre las leyes que los mismos quisieran decretar. El PP rara vez daría sus votos
al PSOE por mucho que la propuesta viniera de Ciudadanos.
La culpa, repetimos, es del candidato, al que Dios le vino a ver facilitándole la desidia de Rajoy; el error del PSOE que, con el menor
número de escaños conseguidos nunca, lo que supone una reducida confianza de la
población, pidió crédito a Podemos (porque lo necesitaba) sin aportar ningún
tipo de garantías a cambio. Una petición que, por muy factible que sea, por muy
bien documentada que éste, por excelente la causa a la que se destine el
proyecto, jamás se facilitará si adolece de la fianza imprescindible que avale
una posible pérdida o deterioro. Rajoy, que ni se molestó en intentarlo porque
eso lo sabía (como cualquiera que haya pedido una financiación), ahora se estará
destornillando o flotándose las manos con nuevas elecciones que se avecinan.
¿Qué cabe hacer todavía? Desde luego, no llegar a nuevas
elecciones. Pese a que el PSOE vaya a la deriva, si es que no está varado. Y, pese a todo, Podemos no debería
esperar más tiempo y otorgar la
facilidad que le han pedido, sin imponer condiciones, manteniendo el acuerdo con Ciudadanos e,
incluso, sin exigir garantías. A nadie se
le pasa, salvo a los mercaderes, que un crédito no se agradece si el
peticionario para obtenerlo, se ha visto obligado a tener que aceptar condiciones
leoninas y, al contrario; una franca facilidad, además de devolverla, con generosidad
se paga. Podemos no depende de esta
transacción, pero su continuidad si puede resentirse y además de paralizar
el avance del PP y evitar nuevas elecciones, sobre todo, dará pábulo al dicho de coge fama y échate a dormir, que vaya renovando la tierra con la que quieren enterrarlo. Nadie pasa por primo o pringao cuando se hace por un bien general y más elevado que el del
propio partido, y, ya se sabe, amor con amor se paga.
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