Son infinitos los caminos que nos
llevan a la desgracia, a la corrupción, al delito y sólo una senda por donde evitarlos.
La sociedad se mueve por placer o dolor, orientada en la búsqueda material de
las cosas más que en su espiritualidad. Poco son los méritos, bienes y derechos
que se consiguen con esfuerzo y sacrifico
y excesivos los valores que se asignan a las riquezas y prestigios que acunan a
un heredero, a un acertado en el sexo, a una mordida o, a una propicia ocasión.
Delinquir es cosa fácil cuando a ello uno se acostumbra. Ya, desde
el nacimiento, el instinto de conservación se crea para la defensa a través del
engaño y la mentira. Un instinto que se
crea e incrementa con la domesticación que se recibe desde la más tierna
infancia y que nos acompañará toda la vida como el método más eficaz de protección,
formando parte de la piel del alma, arraigado y entumecido en ella. Erradicarlo
supondrá un riesgo enorme (salvo para un
gran hombre voluntarioso, culto y responsable); la mayoría de las veces,
compensa silenciar la voz antes de articular mentira, pero a nadie se le escapa
que la práctica de ésta, propicia una gran ventaja (cuyo descubrimiento se
castiga) y más si se fortalece con el condimento de la impunidad que se obtiene
en determinadas circunstancias. Son
muchos los políticos, abogados, empresarios, altos cargos… que, además de
engañar, están cobijados con el paraguas del aforamiento, su profesionalidad, los
dineros que lo representan, el prestigio adquirido… Pese a todo, la sociedad no
ha de resignarse contemplándolo como una normalidad, si no, al contrario,
combatirlo hasta defenestrarlo.
¿Cuántos son los miedos que han gobernado, que aún gobiernan, la vida
de los hombres? Menos mal que muchos dioses, tabúes y supersticiones ya han
perecido, que el tiempo de la historia, la ciencia y la cultura los han ido
eliminando y que, poco a poco, lentamente, desaparecerán para siempre. Será
conveniente ir desenmascarando a tanto representante divino, a tanto elemento
oculto que no son sino tapaderas o pantallas de organizaciones secretas, opacas
y privadas que trasgreden aquello que atenta o impida sus intereses.
La novela de ficción escrita por
un servidor, titulada Escape, sobre
sexo y corrupción, simbolizados por el amor y la incertidumbre, el dinero y el
poder, describe hasta qué extremo se puede
llegar por justificar medios criminales para alcanzar determinadas metas. Menos
mal que éstas, generalmente, se transforman por inanición (salvo negocios de
mercaderías eternas) y sus patrocinadores fallecen como todo hijo de vecino. No obstante, en la novela hallaremos que,
para combatir la corrupción, es necesario abolir el dinero, regular las rentas,
liberar al hombre de cargas que la sociedad le demanda…, anteponiendo los
medios.
Los españoles formamos parte del Club
de los afortunados habitantes del planeta. Europa mantiene su espíritu asesino con
el que siempre ilustró su historia: sexo, perversiones, guerras por religiones,
intereses. No es extraño que, de una u otra forma, la corrupción resida en la
piel de sus dirigentes. Avanzó en temas que afectan al bolsillo para unir a
países en sus comunes provechos, generando insolidaridad hacía el resto de las
naciones. No existe acción política
alguna que libere a los europeos de la hecatombe hacía la que los conduce el
capitalismo. Nada se ha avanzado en cultura o en hacer un territorio con una
sola voz. España, como otros países, mantiene diferencias abismales entre sus
habitantes. Europa es su modelo. Lamento significarme contra la ilusión que me causó
entrar en Club tan distinguido pensando que se acabarían los enchufes y las
injusticias; sin embargo, los cobardes que dirigen los designios de Europa
mantienen la barbarie de la corrupción sin escrúpulos en todos sus sentidos. Nada hacen en favor de los desfavorecidos y
sí en pro de ellos y los poderosos.
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