Hace más de un mes recibía un WatsApp
de una buena amiga indicándome la fecha exacta que unos tíos suyos vendrían a
conocer mi ciudad. Me solicitaba un buen hostal donde pasar una noche y la contesté
de inmediato. A los pocos días me hacía llegar una foto de sus tíos y la
dirección del hostal que reservaron. Me expresaba también, que ella misma,
posiblemente, los acompañaría, por lo que la ofrecí mi casa y cuanto precisara.
Finalmente, lamentó no poder venir, que sus tíos contactarían conmigo y que,
por favor, les orientara a dónde ir, qué visitar o les atendiera en lo que
pudiesen necesitar. En fin que reordené mis quehaceres y me hice la idea de
pasar ese miércoles como un turista más, si bien, aprovecharía para hacer algún
tipo de gestión por mi ciudad antigua y monumental en lugar de por extramuros;
entre otras cosas la de pagar una multa de tráfico por circular a 60 Km/h
teniendo limitada la velocidad a 50, y me eché al bolsillo la notificación para
abonarla en CaixaBank por 50 euros, la mitad de su importe. Me vestí dispuesto
a patear la ciudad y a las diez en punto salía de casa aguardando que, de un
momento a otro, me llamaran para decirme: “estamos aquí, somos los tíos de….
y…”. Pero eso, en toda la mañana se produjo y he de confesar que me molestó,
dado que todo lo había preparado con el objeto de ocuparme lo mejor posible de
los tíos de mi amiga y no porque tuviera interés en hacerlo y pasearnos por mi
bella ciudad, que bien vista la tenía. No entendí ni cómo ni por qué la llamada
no se produjo. Ganas me dieron de pasar por el hostal donde se habrían
hospedado, ya que crucé en dos ocasiones por la puerta. Lo cierto es que me dio
tiempo a chalar con algún conocido, consultar en el ambulatorio acerca de una
campaña preventiva de cáncer de colon que se iba a realizar y, por supuesto,
tratar de pagar la multa que antes cité. Multa que, dígase de paso, no pude
pagar: no era ni martes ni jueves, días estipulados por la propia entidad para
hacerlo, y hasta las 10,30 horas, lo que me produjo más desazón, descubriendo
que la Administración mentía al no citar tal limitación, transgrediendo al
menos como yo los 10 km/h e, igualmente,
engañando al indicar que también podía pagarse en las oficinas de Correos, cuando
en ellas, para satisfacer la inflación, me pidieron, además del importe de la
sanción, 5,88 euros, casi un 12% más, y
todo ello conducido por la D.G.T. un ente sancionador inflexible que debería
ajustarse a la misma disciplina legal a la que
nos obliga y somete. Así que volví a casa a comer pensando que no merece
la pena ocupar el tiempo preocupado por los demás, ya que cada cual va a su
bola sin considerar el más mínimo interés ajeno que, por otra parte, es normal ignorarlo,
desentenderse o no querer saber nada para que cada uno se arregle como pueda.
Una pequeña siesta reparó mi malestar y más aún la llegada de mi nieto de la
guardería que se subió sobre mi lomo a trajinar el móvil que tanto le gusta.
Con él se distrajo un rato hasta que partimos hacía la ludoteca, un espacio que
comparte con otros críos y a sus cuidadores no sirve de relax. Un lugar al que
había pensado llevar a los tíos de mi amiga, dado que es un edificio monumental
digno de visitar. Me refiero a la biblioteca del Alcázar de la ciudad, desde la
cual se contempla la misma de manera especial: sus alrededores, el río, su
contorno, sus edificios, fachadas y tejados, los cuatro costados desde lo más
cerca del cielo. “Peor para ellos”, pensé. Y después, en lugar de volver en
autobús, regresamos andando a través de sus calles, el bullir de la gente y la
luz de sangre, roja y lánguida, reflejada en el azul brillante del atardecer.
Dejé en su casa al nieto y, ya en la mía, me cambié de ropa dispuesto a tomarme
un merecido descanso reparando, entonces, que el móvil, ese desconocido aparato
de ayer que hoy es imprescindible, quedó olvidado en el sofá. Estaba lleno de
mensajes y llamadas, seis de ellas de un teléfono no identificado que a partir
de las cuatro habría estado llamando. Efectué a ese número una llamada y jamás
obtuve respuesta. Casualidades que la vida nos depara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario