No estaría mal pensado que los políticos elegidos en las distintas y numerosas convocatorias electorales (municipales, comunidades y nacionales), previo a la toma de posesión de sus cargos, se sometieran, por obligado cumplimiento, a un curso educativo básico que versara sobre valores humanos (respeto, honestidad...), igualdades de nacimiento y libertad; derechos elementales de los seres vivos y los medios para llevarlos a cabo. El enorme grado de responsabilidad e influencia que la función política genera ante la gente, así lo aconsejan. Sería una mera instrucción, un recordatorio o una unificación de criterios. Encontraríamos en sus señorías, en virtud de su herencia e infancia, identidades diferentes y convendría tener claro los conceptos expuestos y los principios democráticos recogidos en la Constitución Española actual e, incluso, en otras leyes recomendables para leer como las que siguen:
La Constitución de los Estados Unidos de 1787.
La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789.
La Constitución española de 1812.
La Carta de las Naciones Unidas de 1945.
La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.
Además, las clases podrían tratar sobre qué prohibir o no prohibir, qué considerar delito o no, las diversas corrupciones, calumnias, bulos, medias verdades, insinuaciones, triquiñuelas, verdades políticas, promesas, vaticinios, cumplimiento de la legalidad, ataques furibundos a los demás, desconsideraciones a oponentes o en general,..., y, por supuesto, en la medida de lo posible, sentar las bases para llegar a acuerdos, sean sobre honestidad y libertad, lealtad y disciplina, igualdad de oportunidades y desigualdad, derechos de opinión y manifestación, paz y guerra, lo profano y lo divino, lo prometido y lo no cumplido, lo público y lo privado..., e igualmente, sobra las cosas que priman y más importantes: el poder y el dinero; el dinero y el poder.
Una instrucción que puede ser impartida públicamente (al menos la exposición y las conclusiones finales) por personas de reconocido prestigio y formación hasta el punto de conseguir que la audiencia se enamoré de la política (como forma de vivir de los hombres y los pueblos) y posibilite una discusión sosegada y no de enfrentamiento, toda vez que cualquier ley, medida o acción política nos puede afectar a todos los ciudadanos. Ciudadanos que su principal deseo, en su mayoría, es vivir en paz y no tener que pasar calamidades; lo que no significa dejar de trabajar y pensar para su sustento y engrandecerse moral y económicamente.
Una participación mayoritaria demostrará a la gente que la regeneración democrática, de la que actualmente se habla, es posible, si se posibilitan y adquieren métodos de conducta y actitud positivas al respecto. No se trata de ninguna ciencia en la que impere la duda o se necesite de una evidencia palpable; bastará por rememorar historias, hechos y acontecimientos que ejemplaricen aptitudes a seguir. Por supuesto, cada uno puede creer lo que considere y tener a gala su propia verdad; pero los instintos, sentidos y sentimientos se equivocan también y, a veces, peligrosamente.
Una escuela gratuita donde poder hablar absolutamente todo, sin necesidad de enfrentarse ni insultar, sería todo un acontecimiento. No estaría de más una asignatura para recordar a los poderosos (políticos, jueces y otros) que son hombres mortales no exentos de ideología, aunque como todos de procedencia salvaje animal y, por tanto, yerran y mueren como los demás. ¡Qué se lo miren! Ante de responder, dejen pasar conscientemente cinco segundos. No se confundan: “cabrones” o “hijo de puta”, ni son “melones” ni “me gusta la fruta”, ni tampoco píllerías inocuas.
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