Estamos perdidos, dominados, a
merced de las grandes compañías que logran, a través de nuestra debilidad y las
políticas de los gobiernos, lo que quieren, con el fin de tener más y más
beneficios y pagar menos impuestos: son insaciables. Ellas, las empresas, no
piensan, ni sienten, ni les preocupa la educación o la salud de la gente; lo
suyo es hacer negocio para que sus ejecutivos y accionistas “se lo lleven
crudo”, alaben su gestión y las publiciten como si fueran los más listos de la
clase.
Sí. Las multinacionales son
grandes entes de un capital potente y salvaje, regido por unos pocos a los que
se le atribuyen excepcionales cualidades cuando son opresores de la humanidad
con un insaciable ánimo de lucro. Antes, cooperaban y se solidarizaban para,
colectivamente, optimizar con sus productos y servicios al bien común de la
gente. Ahora, todo informatizado está en manos de máquinas que, por mucho que
nos digan lo contrario, no recibimos una atención personificada ni de coña. Y
no solo eso, alcanzan ya dimensiones tan importantes que pueden con los
gobiernos, desprecian a la gente, la ridiculizan, abusan de ella y la dominan.
La persona de a pie a nadie puede reclamar un mal trato, una falta de atención,
un trabajo mal hecho y, como fieles vasallos, rinden pleitesía a unos dueños o
entes que ni dan la cara ni responden, ni nadie sabe quiénes son: únicamente, a
través de dividendos, se embolsan el dinero. Bancos, compañías de seguros,
constructoras, plataformas digitales, (ojo a estas últimas, de las que
hablaremos en otra ocasión, pues distorsionan y contaminan a la juventud)
explotando a humildes y emigrantes, limitando sueldos y potenciando la
esclavitud para que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres.
Un siglo XX que todos conocemos:
La primera guerra mundial (1914), la revolución rusa (1917), el fascismo de
Italia (1922), la depresión económica en EE. UU. (1929), el nacimiento del
nacismo (1933), la guerra civil española (1936), la segunda guerra mundial
(1945), las Yugoslavas (1991) …, son hechos acaecidos que mejor no repetir. En
las guerras, todos perdemos, pero, aun así, seguimos sin aprender que la
pobreza y la riqueza nos distancian y que, si en un punto medio está la virtud,
queda muy alejada del modelo social comunista tan salvaje y radical como el
capitalista que lo provocó. Modelos políticos, sociales y económicos donde las
abisales diferencias fueron (y son) irreconciliables: bancos embargando la
tierra a campesinos que no sabían a quién matar; obreros trabajando de sol a
sol que no lograban alimentar a su familia; señoritos feudales viviendo de
rentas y herencias para pagar a sus siervos solo con comida y alojamiento;
asociaciones religiosas, creadoras de costumbres, manteniendo su poder con bulas
y miedos, aliadas y servidoras de las clases poderosas…
Hoy, no hay mano de obra
apropiada porque su esfuerzo no les compensa para llegar a final de mes. Están
muy mal pagados por un monstruo insaciable que solo deja migajas para sus
mastines ejecutivos, que les exonera de problemas. La economía se infla como un
globo hasta que estalla y los magnates desaparecen, dejando a los trabajadores
a dos velas. Todos moriremos, sí, pero volverán los ricos lebreles sucesores
para hacer lo mismo que hicieron sus padres: abusar de la gente, aunque con
medios más sofisticados, ahondando las diferencias hasta que la economía vuelva
a colapsar. A la mierda los ricos
herederos, consejeros y demás potentados que no saben lo que es trabajar a
diario para poder llegar a fin de mes. La mayoría son mentirosos, embaucadores,
ladrones de postín, estafadores, asesinos de vidas inocentes… creyéndose dioses
intocables, pero que morirán por mucho que se hormonen o modifiquen sus
cromosomas. Por el éxito y la avaricia, por la excesiva confianza y comodidad
cayeron ciudades e imperios y, ¿cómo no?, España colapsará porque el turismo,
su motor, se gripará y volveremos a tener que emigrar a otros lugares para que
la rueda de la fortuna caiga en otro lado si no se acortan las diferencias
abismales entre la riqueza y poder y la pobreza y miseria.
Reconozco mi radical imaginación
del porvenir cuando observo que el dinero suple, como objetivo, a todo lo
demás; cuando la gente mayor, de mi
edad, no puede desenvolverse por sí misma, necesitada de una atención personal
como la que se ha de facilitar; cuando
los políticos prometen, con palabras ostentosas y vanas, lo que nunca podrán cumplir; cuando la juventud mal informada y nada respetuosa se torna agresiva y
violenta; cuando una gran mayoría de la gente, olvida que “la avaricia rompe el
saco” y, ante su impotencia, estalla con furor …
¿Sucederán otros episodios
históricos tan lamentable como algunos de los que hemos citado? Crucemos los
dedos para que la fortuna nos acompañe mientras ganemos tiempo para sustituir
la intuición por la razón.
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