Los hábitos, sus usos y
costumbres son la vida de la gente. Una vida condicionada al interés y la
riqueza, a la necesidad y la pobreza, aunque en su día la establecieran
creencias y religiones basadas en la ignorancia y el miedo, a los que añadieron
ritos, dogmas y esperanzas a conveniencia del poder de turno, doblegando otro
poder u otras ideas.
Ha llegado un tiempo en el que,
debido al conocimiento y la multitud de credos, las religiones están perdiendo
fuerza y ardor, cobrando la política mayor predicamento, aun cuando las
abismales diferencias entre pobreza y riqueza continúen en ascenso. Es tanto el desequilibrio existente, que los
ricos rivalizan procurando por todos los medios ser más ricos e, incluso,
publicitando un ranquin para hacer creer a necios como ellos su felicidad. Los
pobres, al igual que los anteriores, se revuelven y despotrican unos contra
otros, se roban entre sí, son insolidarios, pero, al contrario que los
primeros, carecen de voz, son más pobres cada día y serán incapaces de salir
del profundo pozo de miseria que los envuelve, en el que están viviendo.
Cierta clase dirigente, centros
de caridad, organismos diversos se limitan con sus auxilios a que sobrevivan y
eso a nada o a poco les conduce. Si de verdad quieren ayudar, han de
proporcionarles conocimientos para que se puedan ganar la vida ocupados (*) y
obtener algún dinero más de lo suficiente para vivir, aunarse y luchar
dignamente para mejorar su situación sin que las esperanzas les falten.
Parece que no nos damos cuenta de
que la miseria genera más miseria, la pobreza más pobreza y, mientras las
personas que las sufren están obligadas a suplicar caridad, otras clases
desaprensivas se aprovechan de ello. Y, esto, tiene que acabarse sin enfrentamientos,
pacíficamente, exigiendo al Gobierno de turno medios con los que puedan ganarse
la vida sin implorar limosna, ni humillarse...
Todos nacemos y morimos de igual
manera y la Tierra, madre de todos nosotros, nos ha deparado fortuna e
infortunio desigual sin saber la injusticia cometida. Los humanos hemos de
estar por encima de eso y rectificar desde que nacemos para, al menos, hasta la
mayoría de edad, equiparar a todos por igual, aun cuando ya pululen, entre los
adultos, las desigualdades en razón a su suerte y herencia.
A través de estas líneas me
permito exhortar a pobres y necesitados de España, allá donde vivan, a tomar en
serio el siguiente llamamiento: Hombres del pueblo: ¡No hay más armas que
vuestra propia voluntad con las que defenderse! ¡Exigir justicia y reclamad
reparación! Juntaros a diario en un lugar visible y manteneros ocupados, al
menos durante siete horas, para sentiros de utilidad. ¡El conocimiento os dará
la libertad! ¡La ocupación la dignidad! ¡Nada es más valioso que un hombre
libre con dignidad! ¡Los derechos y obligaciones también son vuestros!
(*) Ocupados tiene o no que ver
con el trabajo (gratis o remunerado).
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