El Rey de España, Juan Carlos (Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y
Borbón-Dos Sicilia), según oí en la tele, se asignará un salario de unos
300.000 euros anuales (unos 25.000 al mes) y otros tantos para su mujer, hijos,
nuera… del importe que recibe procedente el Erario público, en un ejercicio
ejemplar de transparencia(?). Mi amigo Paco, el mecánico de la esquina, ha
hecho algo parecido: se ha fijado 24.000 euros de sueldo (no al mes sino al
año) y ha colocado a su mujer y a sus hijos en el taller con el salario mínimo
de 753 euros mensuales, para darles ocupación y pensando en un ulterior retiro,
especialmente el de ella. Si el Sistema de Ciudades Ocupacionales (PCO)
estuviera implantado, nadie de la Administración cobraría por debajo de 17.647 euros al año (17 veces menos que el
rey, la más alta de las categorías) y, por supuesto, Paco no podría pagar menos
de lo que paga.
En resumidas cuentas, el Rey y Paco, como todos nosotros, no somos ni más
ni menos, que animales, humanos y mortales con las mismas necesidades básicas,
obligados a dormir, comer, mear y cagar. Animales sí; distintos a las abejas o
elefantes, pero animales al fin y al cabo. Éstos están, igualmente, organizados
cumplimiento una función de las que su naturaleza no les permite apartarse. La
nuestra tal vez sí y eso nos distingue ¿Será
tal distinción la que tanto nos distancia? No obstante, ¿las constantes
vitales de los hombres son las mismas para todos? Acaso, ¿no poseemos
emociones, tendencias o sentimientos similares?... A Juan Carlos lo colocó un
señor regordete, con bigote y al que no
le temblaba el pulso a la hora de firmar sentencias de muerte y a Paco lo
empleó su padre para limpiar coches, motores o llenar de agua el botijo
renegrido de grasa. Sin embargo, los orígenes de ambos (como los míos) los desconocemos;
pudieron conquistar, matar, robar o, incluso (lo más seguro) que de aquellos polvos estos lodos, es
decir, tenemos los mismos organismos, el mismo número de cromosomas y células,
habitamos en el mismo planeta y país y, además, (me gustaría errar en la
siguiente afirmación) el mayor interés es la pasta. O sea, el dinero, que es una de las principales (sino la
principal) vara de medir, con la que se obtiene para sí y los nuestros el mejor
bienestar. Pero, ¿Juan Carlos vale por 12,5 Pacos? ¿Y qué decir si comparamos sus patrimonios? Del primero
hablan de dos mil millones. Del segundo, se lo aseguro, no pasa de 200.000. Es
decir, una sola persona (por su calaña o
condición) es lo mismo que 10.000 personas (que se dice pronto). El primero en
su vida tendrá tiempo de utilizar lo que tiene; el segundo, posiblemente, deje
dinero en reserva para que le puedan enterrar sin liquidar el piso donde vive. ¿Es de animales humanos y mortales tanta
desigualdad? ¡Ah! Y no hablemos de los que están en paro ¡sólo imaginémoslo!
Naturalmente, de estar establecido el P.C.O., toda renta superior a 53 veces el
salario mínimo (53 (752,85 x 12) = 478.813) se convertiría en tributos; así que
al Rey, al contrario que a Paco, le queda poco recorrido para incrementar sus
rentas y aún menos apalancarlas para sus herederos, cuya herencia está
regulada. Y, lo más importante, el vil metal del dinero dejaría ser la vara de
medir. ¡Cuántas cosas por hacer! La
mayoría de la gente se lleva a su tumba ilusiones no realizadas, sueños
frustrados, aptitudes que no desarrolló o ni siquiera sospechó que tuviera. Y
no por falta de tiempo, sino por ausencia de medios que vio inutilizados o
despreciados. ¿Es este el Sistema que queremos?
A Juan Carlos lo conocí acompañado de su mujer y sus cuñados (ex rey de
Grecia y esposa), hace mucho tiempo; él aún era príncipe al amparo de ese señor
regordete con bigote que he mencionado. Y recuerdo, que todas las señoras del
establecimiento se esmeraron por complacer a los recién llegados hasta el
extremo de no poder ocultar sus nervios alterados como si fueran mariposas
espantadas. Y recuerdo, lo mucho que costó cobrar la factura de las fruslerías
que compraron en esa tienda colindante con el taller de Paco. Entonces él, como
yo, era un mocoso con su mono azul oscuro pringado de grasa como sus manos. Y
recuerdo, como quedé fascinado con la belleza de su cuñada (¿Ana María?) pareciéndome
una virgen y hoy, todavía, por mi domesticación, asimilo la hermosura con una
virgen (que es persona que no ha mantenido relaciones sexuales) cuando en
realidad lo atractivo es admirar a una mujer preñada de vida en sus entrañas. Y
esas verdades (mezcla del adoctrinamiento recibido en la infancia que es tu
patria y de las experiencias que forman la
identidad que modulan tu conciencia) no significan que debamos romperlas para
ser más iguales, sino al contrario para comprender y distinguir presiones a las que estamos
sometidos y poder decidir u optar por la justicia. Y yo decido por la armonía, el acuerdo y no la guerra. Hemos de
defendernos: Sí. El Sistema continúa domesticándonos, nos mediatiza o nos
arrastra para mantener sus negocios, privilegios o diferencias a flote. Y aunque
sepan como nosotros, que todas las personas somos de la misma especie, que
nadie puede ser impune ante la Ley, ni considerarse superior al más pobre de
los pobres, ni gozar de oportunidades diferentes, nos embaucan para disuadirnos
de ello. Hemos de luchar contra esa domesticación que ejerce el sistema (detrás
del cual están hombres) manteniendo posiciones porque siempre se ejercieron
o negocios eternos chupando y chupando pese a que su ideal fuera un crucificado.
Hemos de estar ojo avizor con los experimentados comunicadores que saben más
que nadie de lo que ocurre aquí, en Francia, en Alemania, en Cuba o en Corea,
pero ignoran si su mujer les pone los cuernos. No hay más que ver a ciertos
tertulianos de las teles que despotrican lo que les conviene tildándolo con
desprecio o leer, por ejemplo, la Emisión en el vientre de una ballena que a un
servidor lo considera de ideología reaccionaria (?). Gente lista que manejan
conceptos y palabras a su antojo, dándoles la vuelta hasta situarlos en los
extremos en lo que ellos están ubicados. También
les pido su colaboración para cómo hacer las cosas lo más racional posible.
Lógicamente, no coincidirán. Pero admitamos que las posturas antagónicas sólo
se consiguen con el dominio de una sobre la otra y, ello, no es sino a través
de la violencia. Y eso no es lo que yo quiero, ni pienso que la mayoría de la
gente quiera; por tanto, seamos realistas y cedamos unos y otros hasta lograr
un entendimiento. Esto no se arreglará con cambiar a los dirigentes (que
también) sino con el ejemplo y el compromiso de quienes nos representan,
cumpliendo las leyes justas armonizadas por todos, sin dejar al albur del azar
o los mercados las decisiones que nos
competen y modelan nuestras vidas. ¡El hombre es lo principal!
Juan Carlos y Paco han de dialogar porque son personas normales y ninguna
es superior a otra. Tal vez, el primero tuvo la desgracia de nacer con sangre
azul, pero, supongo, que ya sabrá, que dicha sangre no existe en los humanos,
por mucho que San Pablo se empeñe en inculcarnos que es por la gracia de Dios.
Y Paco le enseñará a jugar al mus que, igualmente supongo, Juan Carlos no
tendrá ni idea. Si los dos son inteligentes, reconocerán las diferencias que
pueden compartir desde la comprensión de
que cada uno necesita un mínimo para subsistir dentro de un Sistema social donde nadie imponga su criterio. Un Sistema social que alimente el cuerpo no sólo
con nutrientes sino con educación y cultura, igualdad de oportunidades y
democracia, justicia y orden, libertad y respeto a fin de acercarnos a la
felicidad, que es lo verdaderamente importante.
Todo esto parece utópico,
pero no lo es. Yo pongo
mi granito de arena dando a conocer las medidas concretas a implantar para
conseguirlo y, seguro, que hay muchas otras tan discutibles como las mías. ¿Cuáles son las suyas? ¿Cuáles la de
Juan Carlos y Paco? Alguien dirá que el primero está satisfecho con las que
existe, pero lo dudo. Nadie en su sano juicio puede estar conforme con el
hambre, el paro o la desgracia. Y hay
que remediarlo.
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