Continuando la guía prevista del
MPC (Movimiento de Persistencia hacía la Concordia, finalizaré hoy con La Teoría del Cuadránculo con unas
notas para la reflexión por las que, sin entrar a considerar lo que se entiende
por violencia, la rechazo de plano, sin más; incluso, ante la acción legítima
del rechazo a una ley injusta. Por supuesto, cualquier cambio que se realice,
tendrá que hacerse a través de los medios legales instaurados, es decir, dentro
del marco principal establecido en las leyes de cada país (Constitución,
Enmiendas, Carta Magna). Merecería la pena no obstante, que La Ley de leyes
además de ser respetuosa con la democracia, la libertad, la igualdad de
oportunidades, los recursos naturales, fuera más flexible y alternativa para
hacerla más duradera. Lo ideal, a mi juicio, sería que hombres buenos se postulen o sean
presentados por los partidos políticos y elegidos por los ciudadanos para
comenzar su revisión permanentemente buscando objetivos universales a los que
todos aspiramos: la búsqueda de la armonía y la seguridad que proporcione
felicidad a las personas en un plazo razonable. Siguiendo la estela de la vida
recogida en la carta de derechos humanos
Para que surta efecto un cambio en el Sistema, la persona física se ha de olvidar de la
propiedad. No ha de considerarse superior a nadie (ni más listo, ni más guapo,
etc.) y despojarse de su ego. Ha de fusionarse como un todo con la Naturaleza y
el poder y el lujo no sean un metal. Entonces, será posible un mundo mejor (Mª
de Gracia).
Los economistas dicen que para la
creación de empleo es imprescindible que haya crecimiento; sin embargo, éste
sin aquél no tiene sentido. Una especie de noria o círculo vicioso del que hay
que salir, salvo que volvamos o continuemos por el camino de la especulación
absorbiendo cifras inconclusas o vendiendo humo que nada determina; un Fondo de
comercio cuyo valor malogra el mercado; una calificación a resultas de una
noche de insomnio. Ahora bien, con
exceso de producción en nuestra Europa, nada mejor que adecuar su reparto, su
regulación y evitar el desempleo; algo de lo que la economía competitiva se
resiente, en manos de grupos financieros sin interés alguno por la producción,
salvo por su cuenta de resultados. No está en producir más sino mejor; en
conseguir riqueza sino en distribuirla equitativamente; en dar limosnas,
subsidios o prestaciones sino en enseñar cómo obtenerlos para vivir; ni
siquiera en crear puestos de trabajo sino en que la gente tenga actividad y por
supuesto, no a costa de cualquier precio sino con respeto a la vida digna y a
todo aquello que la hace posible.
Los ortodoxos del Sistema capitalista (liberales no intervencionistas)
consideran que la economía de mercado es la ideal en virtud de que dicho
mercado se regula por sí mismo. Si eso es así, ¿por qué, por la misma razón, no
se permite que la sociedad se rija por la ley del más fuerte? ¡Qué locura!
Obsérvese, que el hecho de ser inadmisible no significa que sea incierto o no
suceda; sin embargo, la sociedad no es como la Naturaleza que se regula por sí
misma. La sociedad necesita que existan
las condiciones mínimas de supervivencia y orden para acabar con la pobreza
tanto material como intelectual, desterrando la anarquía o la competición
que desdeña el bien general en su propio provecho.
Los empresarios suelen decirnos que
son los benefactores de la colectividad: “Somos la fuente del trabajo y los que
arriesgamos nuestros bienes”. No se cansan de repetirlo. Y reflexiono: Acaso,
¿no son los obreros igual que ellos motores de la economía? Posiblemente no sean
el origen o el motor de arranque, pero sí su desarrollo. Y desde luego, no
arriesgan nada porque, está claro, que nada tienen. La diferencia de
retribución de ambos es considerable y no tiene paragón, cuando, en definitiva,
los unos sin los otros nada representan y están obligados a entenderse.
Unos poseen tanto, que no han de preocuparse del futuro y nada les obliga.
Los que carecen sí tienen motivo de inquietud y están coaccionados. Ahí puede
consistir la diferencia. En muchas personas suele ocurrir (y en situaciones
como las actuales con más frecuencia), que nada tengan que perder y el caos o
el delito no les importe. No cabe duda, que la violencia engendra violencia y,
a veces, entre las partes, las palabras
se tornan violentas. Hay sentimientos de
misericordia que no son tales. La paz y la sabiduría convendrá revestirlas de
paciencia y generosidad para transformarlos.
No fluye la generosidad y la
confianza es necesaria para todo. Y lo es, particularmente, para sentirse
bien, encontrar empleo o lograr un objetivo; y lo es, colectivamente, para
saber que vivimos en un mundo único posible que sólo nos pertenece en parte; el
más maravilloso y seguro que nunca fue y que lo seguirá siendo en la medida que
nosotros actuemos. En ambos casos, se trata de una decisión individual que
perfectamente puede ser encauzada y dirigida por el poder existente y a cuyo gobierno
siempre le resultará rentable.
La confianza no es otra cosa que una creencia.
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