No puedo permitirme continuar con el quinto apartado del P.C.O. que tenía previsto, sin antes profundizar
en la entrada anterior sobre Juan Carlos
y Paco. Muchos me han hablado que no es posible hacer ciertas comparaciones
tan disparatadas entre un Rey y un mecánico. Ello me ha desconcertado
preguntándome si acaso, Juan Carlos y Paco, no son dos personas más como los
millones de habitantes que poblamos el planeta. Y me he sentido atónito cuando,
evidencia tan clara, es refutada por voces cultas que nunca podía imaginarme. Es asombroso, a mi juicio, que alguien
hoy, pueda discrepar de tan elemental aserto, por no aludir a la extrañeza que
a muchos causa la escasa distancia que nos separa del resto de los animales.
Está claro, que no me expresé de acuerdo a la función que cada uno desarrollamos
o a la fe religiosa contra la cual no existe razón posible. No seré yo quien dé
pábulo a la idea de que el hombre ha sido creado de forma independiente al
resto de los seres vivos, ya que considero que la gracia de Dios no ha sido
vertida ni a caudillos, ni a reyes, ni a estrafalarios brujos o a los que se
arrogan su representación. Bien poco conocen éstos de la similitud entre el
azúcar y el serrín.
Aclarados tales despropósitos, existen voces, por supuesto, que sí apoyan
mi comparación (formulada desde la supervivencia y miras tributarias en las que
el P.C.O. hace hincapié para equipararnos), pero no desde
el punto de vista laboral por el cual Paco cumple la ley y Juan Carlos no. Éste,
que se sepa, no paga seguros sociales, no sabemos en qué epígrafe fiscal se
encuadra, ni a qué legislación debe acogerse su nuera, por ejemplo, si es
despedida. La Ley no es igual para todos, sin duda.
Lamento no haberlo sacado a colación, pero esto nos es más que una palpable
prueba de que no somos iguales ante la ley. Y, si desde lo más alto de la
pirámide se incumple con lo que se legisla, debemos ir bajando en el escalafón y
comprobar situaciones ignominiosas que se están dando de igual manera. Tal vez, sean muchos los que estimen que
algo tan simple no tiene sentido; sin embargo, precisamente por eso, poco
cuesta dar ejemplo de honradez siendo honrado y no sólo manifestándolo.
Sucede también con infinidad de parásitos que predican con sus lamentables
ejemplos, llenándose los bolsillos, gozando de prebendas, viviendo ajenos a las
injusticias que sufren pobres y desfavorecidos. Es más, sus irresponsabilidades
nos alientan a emularles y de ahí que aumente la economía sumergida, el
descrédito político o la impunidad con las que muchos actúan, aunque nada de
esto nos sea nuevo. Precisamente el
Estado no debería (a través de quien lo representa) personificar ninguna de
tales “virtudes” y eso lamentablemente no es así; entre otras cosas, porque la única manera de hacerse respetar es
llegar a acuerdos, convencer no imponer, acreditar transparencia no ocultar,
acoger no abandonar, velar por la comunidad no perseguirla.
Nunca será paradigma de nadie un país como, por ejemplo EE.UU. aplicando la
razón del más poderoso, seguramente siguiendo la tradición de las armas con las
que sus hombres del oeste se imponían. Ni un Estado carente de sabiduría,
misericordia o dejando a sus cadáveres en las cunetas. Ni es clarificador amasar
dinero mientras hay gente que muere de
hambre. Tener catedrales, tronos y
riquezas y seguir tan panchos. ¿A dónde se llegará con tantos millones? ¿En que
se los gastarán? ¿Qué hará el Rey con el patrimonio que tiene? ¡Puerca miseria! Nadie quiere que ser igual a nadie, pero si
tener las mismas oportunidades y, por supuesto,
sin dilapidar lo que la mayoría
carece: Eso es impiedad, inmoralidad, aberrante. Tanta impotencia sublimará la violencia
en la cabeza y la violencia genera violencia. Y hoy, no toca imponer la ley del
más fuerte, ni del mal listo; es la hora de la justicia y la equidad.
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