““¡Será posible esto! ¡Este viejo
santo no se ha enterado todavía en su bosque que Dios ha muerto!” “Sea el
superhombre el sentido de la tierra”. ¡Yo
os exhorto, hermanos míos, a que pertenezcáis fieles a la tierra y a que no
deis crédito a los que os hablen de esperanzas ultra terrenas! Ésos, lo
sepan a no, son envenenadores. Son los denigradores de la vida, los moribundos
y envenenados, de los que la tierra está hastiada: ¡que se marchen, pues! En
otro tiempo la blasfemia hacia Dios era la mayor de las blasfemias; pero Dios a
muerto y con él, sus blasfemadores. ¡Lo que hay ahora de más terrible es
blasfemar de la tierra y apreciar en más
las entrañas de lo impenetrable que el sentido de la tierra! El alma miraba antes con desdén al cuerpo y
nada había superior a este desdén. Quería ella que él fuese enteco,
repugnante y famélico. ¡De esa manera pretendía evadirse de él y de la tierra!
¡Y esta alma era, también enteca, repugnante y famélica, y en la crueldad
hallaba su voluptuosidad! Hermanos míos, decidme vosotros mismos: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vuestra
alma? ¿No es acaso vuestra alma pobreza, inmundicia y vil descontento? Río
impuro es el hombre, en verdad. Necesario es llegar a ser océano para poder
recibir una corriente impura sin mancharse. He aquí este océano: es el
superhombre que yo os muestro. En él podéis desaguar vuestro gran desprecio. Es
la hora del gran desprecio. ¿Puede ocurriros algo más sublime? Es la hora en que se torna en hastío
vuestra propia felicidad, como vuestra razón y vuestra virtud. La hora en que
decís: “¡Qué importa mi razón!....”.
El hombre es algo que debe ser
superado. ¿Qué habéis hecho vosotros para superarlo? Hasta hoy, todos los seres
han creado algo por encima de ellos, y ¿queréis ser vosotros el reflujo de esta
ola enorme prefiriendo retornar a la animalidad antes que superar al hombre?”
¿Por qué no dudar o dar crédito a
cuánto antecede? Un pequeño texto escrito con la singularidad del pensamiento
de su autor, que ha pasado a la historia apreciado por unos y denostado por
otros. Personas todas girando en el mismo planeta ocupando separadas posiciones
y poseídas de concepciones diferentes. En el transcurso de la vida, aun
partiendo de un mismo germen, los hombres representamos características
distintas manifestándonos abiertamente
sin suplantar personalidad alguna, porque la libertad así nos lo dicta. Y tal
cosa es muy loable y debe prodigarse (máxime en filósofos, pensadores y
científicos), pero la sociedad, que
debe velar con iguales fuerzas para todos sus miembros, no ha de ser dirigida con una sólo criterio, sino tender al acuerdo de
las múltiples voluntades con igualdad de posibilidades. Concitar acuerdos y
no separaciones. Y, como quiera que ello es sumamente difícil, siempre “es
mejor un mal arreglo que un buen pleito” o, lo que es lo mismo, la cesión de
unos y otros se hace imprescindible para que nadie (del todo) se sienta
humillado, dominado o triunfador. Tal analogía podemos comprenderla si
consideramos injustas las relaciones existentes entre la esclavitud y el poder,
entre el necio y el sabio, entre la miseria y la riqueza o entre la salud y la
enfermedad. ¡Subyuga quien puede no
quien quiere! La semilla de las
ideas, en su caso, surgirá para imponerse a las opresoras y continuar
indefinidamente con el círculo imparable de la injusticia. Hay que separar,
por tanto, lo personal de lo social, lo público de lo privado, la persona
física de la jurídica, a sabiendas que ambas se necesitan entre sí y la una sin
la otra no puede subsistir. Que se forme una comunión y se establezcan los
medios para llevar a los humanos a vivir en continuo equilibrio y evitar su
exterminio. ¿Existe acaso el alma sin el cuerpo o viceversa? Estamos condenados
a entendernos.
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