Si de mí dependiera, desde la
primera fase de la implantación del Sistema de Ciudades Ocupacionales o innovación del capitalismo, hubiera
centrado esfuerzos también en lograr una educación (proceso de socialización y
aprendizaje encaminado al desarrollo intelectual y ético de una persona) acorde
con las distintas medidas que se han ido introduciendo a fin de que la cultura
(conjuntos de modo de vida y costumbres de una época o grupo social) se adapte
a las mismas. Un grupo de sabios de
diversas tendencias elaborarían un plan de estudios único para todo el
territorio nacional, en el convencimiento de que es necesario el modelo
emprendido: aspirar a que el hombre esté
por encima de la economía, de la política y de todas las cosas sin excepción,
lo que conlleva a un cambio del sistema productivo y de los hábitos de consumo
a fin de mantener nuestros ecosistemas naturales y la integridad de la
biodiversidad y, sobretodo, a no basar
nuestra vida en el logro de dinero, acaparando poder y riqueza, sino a
propugnar el estímulo para optar por valores que consideremos puedan hacernos
felices. Decirlo es fácil. Hacerlo no tanto. Por eso ha sido ideado el
Proyecto de Ciudades Ocupacionales (medidas
e iniciativas generales a aplicar) base sobre la que cimentar el hombre su
propia Transición personal: qué quiere,
cómo conseguirlo, a qué se compromete, cuál es su metodología, cuándo se
comienza.
Nosotros comenzamos hace tiempo en
este blog y hemos abolido ya el dinero físico, que no se usa; creado el pleno
empleo y el despido libre, potenciado a las empresas y regulado las rentas de
las personas físicas (véase entradas anteriores) y su desarrollo tendrá que
reposar implementando esa Transición personal aludida anteriormente. Nos iremos acostumbrando a no tener tanta
corrupción y derroche, merced a las trazas que toda operación imprime; a que la
limitación de rentas compensen los salarios mínimos de subsistencia (s.ms.),
permitiendo un mercado laboral libre; a valorar la economía de distinta manera (diferentes
tipos de gravámenes para desiguales empresas en razón a facturación,
beneficios, número de empleados. Dividendos a favor de personas físicas
(residentes y no residentes) exentos de tributación. Negocios boyantes y
competitivos radicalmente distantes a sus equipos humanos en el plano
financiero. Etcétera). La ocasión será
propicia para enfrentarnos al desafío de vivir en armonía, avanzando en varias
direcciones tan íntimamente unidas: Lo económico (el trabajo, la empresa,
el dinero). Lo cultural (la religión, la política, la costumbre). Lo personal
(la salud, las emociones, la solidaridad). Todo
un reto que debemos aprovechar sabedores que la colaboración es más importante
que la competencia para la vida; que
nos hemos de olvidar de la propiedad; que nadie es superior a nadie y que del
ego hay que despojarse para fusionarnos con la Naturaleza en hacer posible un
mundo mejor. En realidad se trata de
ahorrar recursos para que la mayoría de la gente viva no como ahora (que se
hace lo contrario) sino para evitar gastar miles de millones que empleamos en
matar, cuando lo justo sería impedir que más de treinta y cinco millones de almas
murieran de hambre al año, como ahora sucede. En realidad el PCO trata de que el
hombre, independientemente de la condición que tenga, pobre o rico, humilde o
poderoso, obrero o empresario, blanco o negro, busque y encuentre el bienestar moral que le permita ser feliz. Un
bienestar que comienza con lo básico material para sobrevivir, acortando las
diferencias abismales existentes; continua con el discernimiento elemental a
decidir, que proporciona la educación y finaliza con la libertad plena a optar
por los principios que considere conveniente. Mientras ello no suceda y nadie
aporte ni emprenda el camino que desde aquí venimos insistiendo, las
injusticias, las perversiones, las crisis continuarán existiendo. Recomiendo, por ello, lean la novela
Escape.
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