Los economistas dicen que para la creación de empleo es
imprescindible que haya crecimiento; sin embargo, éste sin aquél no tiene
sentido. Es como una especie de noria o círculo
vicioso del que hay que salir. En realidad
bastaría con un cambio en el modelo productivo, apostando más por la
calidad que por la cantidad, por ejemplo, o aumentando los salarios de los que menos ganan en lugar de hacerlo a
todos por igual o al revés; salvo que queramos continuar por el camino de
la especulación absorbiendo cifras inconclusas o vendiendo humo que nada
determinan.
En nuestro Proyecto
de Ciudades Ocupacionales (PCO) bastará con que la Administración de cada
distrito, de cada Ayuntamiento, ocupe a todos y cada uno de los desempleados que
le correspondan como a unos trabajadores más; así se regulará el empleo a nivel
estatal, garantizando que nadie esté en paro y obtengan un salario mínimo de
subsistencia (s.m.s) dado que son innumerables las cosas por hacer. No se precisa de mucha imaginación para
paliar las carencias sociales: cuidando, trasladando a enfermos o personas
necesitadas; impartiendo, asistiendo a enseñanzas; reparando, limpiando establecimientos o
parajes… que crearían empleo y riqueza o, lo que es lo mismo, rentabilizar la ineficacia, la lacra del
paro…
La falacia de nuestra economía está basada en apuestas,
que a la larga se sabe el ganador. Imaginemos el
bingo, la ruleta, la lotería cuyo montante se intercambia pero no varía aunque
cambie de manos, salvo en una pequeña cantidad que es para el intermediario. Un
billete muy grande al que, en cada envite, se le corta un trocito para el
comisionista. Es claro, que nada se crea
ni se destruye sino que se transforma. Bienes, derechos y obligaciones se
intercambian, en los llamados mercados
libres, satisfaciendo las demandas y
las ofertas efectuadas (99%
especulativas y 1% comerciales, ¡hasta dos billones de dólares diarios!)
detrás de las cuales sólo existe un único beneficiario: los agentes mediadores.
No obstante, no nos engañemos: son necesarios. Hoy en día, todo el mundo quiere
lucrarse como tales agentes y ello no es posible, toda vez que éstos, cuán bacterias
en simbiosis con el cuerpo, son los entes superiores del propio sistema capitalista
que gozan del privilegio de cobrar sin exponer, de unos y otros.
Los banqueros alardean de jugarse su dinero y fortuna
creando empleo, pero no es cierto. Tal vez ayer, como normales empresarios,
recurrieron a créditos con sus propias garantías o ahorros para cumplir una
razonable labor de intermediación comercial, expuestos a los avatares de las
circunstancias. Hoy al contrario, sólo
aventureros, especuladores o los que nada tienen que perder emprenden acciones
que llegan o no a buen fin. Buscan a un
tercero que les consiga financiación ajena sin poner un duro. Éstos, normalmente, son los sufridos consumidores
o el Estado que los respalda. Luego, se harán pasar por héroes de la película
cuando se han forrado sin arriesgarse o lo único que han hecho es un cambio de
cromos (acciones por pasta) a partir de que un logrero toque la campana.
Por lo general, recuperan su dinero si es que algún día lo pusieron y, a lo
sumo, pierden su tesón y dicen arruinarse, cuando el trabajador nada tiene que perder
porque lo tiene todo perdido. Y el negocio comienza a dar los pasos desde
el principio con el objetivo de ánimo
de lucro; de ninguna manera por crear puestos de trabajo, que son
imprescindibles para crear beneficios. ¿Y quién se los reparte? ¿Sólo el
capital? ¿Acaso es justo? Y para la gran mayoría de empresarios sirven de modelo.
Les imitan e, incluso, bordean la ley para beneficiarse a costa de lo que sea. Un cambio de política económica/social
puede poner las cosas en su sitio. Hay que innovar el Sistema capitalista. Dependerá
de lo que se vote ¡El resultado nos
compete!
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