¿Para qué sirven los notarios? ¿Para
qué los procuradores? Se me antoja preguntarlo porque habiendo tantos
registradores y abogados, tanta carencia
de jueces y fiscales, mis dudas se acumulan para interrogarme: ¿son necesarios tantos mediadores que
encarezcan la producción pudiendo reciclarse? Hace tiempo se quitaron los
corredores de comercio y los agentes de cambio y bolsa y nada ocurrió: las
operaciones bancarias, las de bolsa y todas las mercantiles se continúan
realizando; pero aún se pueden reducir más
costos, no a base de privatizar (cuyo efecto a la larga es el contrario al
traspasar de manos el negocio) sino imitando a otros países con menores cargas
operativas y burocráticas (a las que nos aferramos por costumbre) y con menor
número de elementos (asesores, intermediarios, consejeros) en los entes
públicos y consejos de administración de las empresas, que ocupen otros menesteres donde seamos
deficitarios. La producción ha de
mejorarse no sólo rebajando sueldos a los trabajadores y sí afilando cosas tan
engoladas que, además, no evita la corrupción.
Nada pasaría tampoco si se anulara el Senado y sólo quedara el
Congreso como única Cámara legislativa. Quizás, ¿darle otra utilidad? Aquélla
resulta inservible y supone elevados costes para los contribuyentes, existiendo
un Tribunal Constitucional al que, a la mínima, se recurre. De igual manera se
debería actuar con otras administraciones que duplican competencias dentro de
una misma comunidad y no por ello son, ni muchos menos, más eficientes. Tal vez,
no tenga por qué hacerse uniformemente en todas las autonomías y en alguna prime
la cuestión de proximidad o en otras la centralización; puede que las
facultades sean la materia decisiva y convenga contemplarse en casa caso. Por tanto, el examen de la Constitución se
hace necesario. Y no sólo por eso.
Hay muchas cosas más, al haber numerosas
alternativas. Alternativas (no peligrosas y contrastadas en otros lugares)
que deberían no desdeñarse para, cada vez, ir construyendo y perfeccionando,
sin tanto dilema y con menos articulado, el instrumento legal más importante
que tenemos como lo es la Constitución.
Las distintas opciones que
citamos se pueden desarrollar en estatutos aparte (como en muchos casos ya se contempla)
y ser refrendados por los ciudadanos. Y llegadas las elecciones, las
formaciones políticas darían a conocer (en sus reglamentos y programas) cuáles
serían las normas por las que optarían a la hora de tener que formar gobierno y
dirigir el país, para que los electores supiéramos a qué atenernos sin
ambigüedades y la responsabilidad pesara sobre el sujeto incumplidor con un
castigo proporcionado. Indicarían, por
ejemplo, su preferencia, el sí o el no, entre: ¿Federalismo, autonomías, independentismo?
¿Deuda, crédito, dinero social? ¿República, dictadura, monarquía?
¿Representación mayoritaria o proporcional? ¿Despido libre y pleno empleo? ¿No
despido libre y paro? ¿Listas cerradas de partidos para las generales? ¿Abiertas
personales para los municipios? ¿Proporcionar ocupación o renta? ¿Derecho a disfrutar de una vivienda
digna y adecuada? ¿Toda la riqueza del país estará subordinada al interés
general? ¿Territorios forales? ¿Separación de poderes? ¿Libertad religiosa?
¿Separación real de bienes y derechos entre las personas físicas y las
jurídicas? ¿Limitación de plazos y cargos en puestos públicos y privados? ¿Fórmulas
para delimitar rentas y salarios? ¿Igualdad en la cultura, la salud y la
riqueza? ¿Privatizar…? Y un largo
etcétera de las cientos de disyuntivas que a los electores se nos presentan a
la hora de votar y participar con un mínimo de elementos de juicio concretos. La
democracia (cuestiones, decisiones y medidas políticas que nos conciernen) se
ha de asentar en la Honorabilidad, Transparencia y Rentabilidad y hacer de la
Constitución la ley de leyes más amplia, más flexible más anti frágil e innovadora que, difícilmente, tendría
que reinterpretarse o modificarse.
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