Hace medio
siglo mi pluma inventaba ya discursos en aquella España del Espíritu nacional,
donde un Estado nacionalsindicalista nos hablaba de la dignidad humana, la
integridad del hombre y su libertad como valores eternos e intangibles, en los
que debíamos de pensar sin reservas mentales, esperando la recompensa al final
del camino. Una España en la que un Caudillo/Generalísimo era, junto a los
miembros del gobierno, por él elegidos, el dueño absoluto de los destinos de
sus habitantes. Una España católica, apostólica y romana, cuya Iglesia nos
hacía tragar su voluntad entre llanto, saliva y amenazas, cuando no con un
ejemplar castigo exhortando las enseñanzas de Cristo, que sus dirigentes,
aupados por el Gobierno, ni respetaban ni cumplían, mostrando su superioridad
al resto de los mortales y actuando impunemente. Ambos poderes, han pesado enormemente sobre las espaldas de numerosas
personas y costó muchísimo tiempo enterrarlos en el sepulcro de los prejuicios.
Fueron falacias, sólo palabras para engañar a la población de la que hoy, algunos,
todavía añoran, disfrazados de liberales y demócratas, guardando la nostalgia
de un tiempo repugnante, de un esplendoroso
pasado servil y cruel, con el que aún sueñan o no se han despertado.
La actual
domesticación, y la de siempre, se da principalmente en la infancia, esa
verdadera patria de cada cual, cuyos escenarios varían dependiendo de una
aleatoria cuna que nos marca acusadamente. Explicar algo tan simple como eso, daría
lugar a más de una charla de la que ninguno de los nostálgicos aludidos saldría
satisfecho. Poco o mucho, la situación ha cambiado; apenas si reconocemos la
transformación sufrida después de los ingentes acontecimientos corruptos
sucedidos. Los hombres precisamos de una adaptación constante al uso cotidiano de
las modernas tecnologías, a la
comprensión de las diferentes alternativas, a las nuevas formas de vida que se
presentan, entre ellas una, que me resisto aceptar: aquélla que, por razones crematísticas, no modera la tendencia
imperante de distanciarnos socialmente los unos de otros. Me imagino que serán
muchos los que coincidan en tal diagnostico y bastantes menos los que no se
resignen y aporten un granito de arena para denunciarlo y solucionarlo. Otros, lo
considerarán normal y se adaptan para dar motivos a que la evolución de las
especies haga su trabajo y establezca dos ramas: la del homo sapiens pobre y la
del homo sapiens rico. Presagios jocosos aparte, precisamos de un cambio o innovación del sistema capitalista para
adecuarnos a los nuevos tiempos como se ajustan el resto de las cosas; de
una transformación personal al unísono con
una muda social, política y económica remodelando las opiniones y las
conductas, los modelos y los sistemas de vida, desde la más tierna edad.
Pensando en el
hombre, en su humanidad y en la búsqueda de su felicidad, 5 Fórmulas para el bienestar de España, un librito escrito
con la mejor voluntad de la misma manera que ahora lo hago, propone un cambio
de Sistema. Una innovación del capitalismo actual que nos gobierna en
occidente. Y, para ello, facilita medidas que acorten las distancias económicas
que separan a personas y pueblos, tolerando
y permitiendo las diferentes ideologías existentes en el convencimiento de que todo tiene un
límite y nada es para siempre; dando por hecho, que en el comportamiento de las
acciones que se acometan, han de prevalecer la Honorabilidad, la Transparencia
y la Rentabilidad, así como la flexibilidad y la conciliación (de cerebro a
cerebro).
El nuevo
Sistema social (PCO) nace con la creación literaria, aún no publicada en
búsqueda de editor, de El Proyecto, tildada por algunos lectores de utópico, y recreada en la segunda parte de la novela
de ficción, de venta directa por el autor llamando al 676 50 95 65 o en
librerías, titulada Escape, y cuya especial lectura recomiendo: una
propuesta para este verano.
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