Existen síntomas para percibir cuando alguien está enfermo, igual que
los hay para saber si una sociedad está podrida. La fiebre, dolores,
malestar y otros, son muestras de que algo va mal en nuestro organismo. Lo
mismo sucede en un país cuando la producción está en manos de quienes no producen:
bróker y otros disponiendo de ella a su antojo, comerciando o especulando. Cuando las zorras se convierten en guardianas
de un gallinero, asimilable a los políticos asignándose sus
propios sueldos, pensiones y prebendas. Cuando necesarios son los padrinos
para poder casarse y se trafica con favores, enchufes, influencias o sobornos para
conseguir cosas sin la igualdad de oportunidades. Cuando el trabajo, el valor
más sagrado, no se obliga o se impone. Cuando las empresas públicas o privadas son
opacas, con espurios intereses de difícil defensa. Cuando las leyes no son iguales para todos. Amparan a poderosos, no sólo porque dispongan de dinero
con que pagar a los mejores letrados, sino por el desamparo, vacio o
represalias a las que pueden verse expuestos o sometidos quienes imparten
justicia; tan peligroso como cruzar una autopista de seis carriles abarrotada
de coches. Cuando las crisis se suceden tan comúnmente y se justifican como
causas normales e inevitables, sin
advertir que son llanas razones de un mercado globalizado de apuestas, semejantes
a partidas de póquer, envites o faroles en los que se juegan mucho dinero,
hasta el extremo de que alguien haga saltar la banca. Cuando la desigualdad social aumenta de forma alarmante y en España
se nos dice que es motivado por la última crisis financiera mundial que aún perdura
o, porque se terminó con la burbuja del ladrillo propiciando un paro galopante
o, por el hecho de que exista una exagerada corrupción y una pobreza jamás
conocida ¡Pues no! Es el propio sistema
capitalista que es imparable, que está podrido, pasado de rosca y descontrolado
para que muchos males y ganancias perduren.
¿A quién beneficia el dolor de una persona? ¿A quién beneficia la
enfermedad del sistema? Son dos billones de dólares diarios los que mueven los
mercados; el 99% corresponde a operaciones especulativas, el 1% a notas
productivas. ¿A quién beneficia la especulación? ¿Por qué tal especulación nos
marca el precio de las cosas? ¿Se podría
distinguir al comerciante y al jugador? Gusta
el Sistema económico de confundir un todo
vale con la libertad de mercado. ¡Pues
no! En sociedades complejas, globalizadas, la regulación es fundamental. De
ninguna manera es compatible todo liberalizado o todo intervenido. ¿Liberar o controlar? Ni lo uno ni lo
otro. Hay que propugnar justas medidas para ambas cosas. Lo importante es
conseguir el equilibrio. Lo peligroso es la inestabilidad, gastar más de lo que
se ingresa, competir en desventaja. Por consiguiente, igual que se dan licencias para intervenir o no, en determinados
negocios, lugares o casinos, ¿por qué no hacer lo mismo con quienes operan en
los mercados?
Las cosas son: Naturales/necesarias. Naturales/no necesarias. No naturales/necesarias.
No naturales/no necesarias. Algunas
de ellas sensibles (relacionadas con la alimentación, la salud, la escuela,
la electricidad y con lo básico para la gente de a pié) que han de
comercializarse por operadores y mercados legales y normales. En otros mercados
o casinos (que a los efectos son lo mismo) que invierta, apueste, especule, intervenga
o se sienta poderoso como un dios quien quiera, pero con productos diferentes a
los esenciales para el hombre. Que compren y vendan sin regulación, apliquen primas
(el coco de España o un engaño a la
gente), lleguen o no a consumarse, ganen o pierdan (los que nada exponen siempre
ganan) y ¡por Dios! que no sean ellos, a los que pagamos con nuestros impuestos,
los que decidan sus condiciones laborales. ¿No existen documentos para todo? ¿Por qué no inventar el contrato para el
político con sus condiciones laborales correspondientes?
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