El pueblo de Cataluña, la gente que reside en ella, está metida en una
encrucijada.
No existirá jamás sistema social
alguno, en cualquier territorio que permanece fijo al albur de los tiempos y de
los hombres, unanimidad entre sus habitantes, para a cada uno de ellos pueda dirigir su propio
destino y, menos aún, en un mundo cada vez más complejo y más poblado que
nunca, salvo que elija ser un ermitaño. Todos dependemos de alguien o algo y ni
siquiera algún miembro de la unidad familiar o el anacoreta citado, pueden ser
absolutamente independientes. Sin embargo, no
han faltado ni faltarán nacionalistas que abrazan el independentismo como
solución a su propia mediocridad o complejo. Es casi natural echar la culpa
a los demás de los propios defectos o desastres y arrastrar con sus palabras,
sueños o locuras envueltos en alguna bandera, a miles, millones de personas que
asienten a ese espíritu nacional,
parecido al fervor religioso que considera enemigos e infieles a quienes profesan
otras creencias, aunque sea el mismo, el único Dios al que alaban y le rinden
pleitesía.
Aún recuerdo el régimen de democracia orgánica que me tocó vivir. El del Espíritu Nacional de Franco. El
católico, apostólico y romano. El que defendí vehementemente hasta comprender, siendo
un adolescente, que fui adoctrinado con un pensamiento hecho a imagen y
semejanza de los intereses de quienes
gobernaban mi país. Ese lugar y tiempo
es una casuística, sello de identidad que no olvido para convertirme, incapaz
de desterrarlo por completo, en
ciudadano del mundo. Conozco también perspicaces ateos defensores a
ultranza del Cristo o la Virgen de su pueblo. Se persiguió y exterminó a
judíos, gitanos, masones, comunistas… se rechazaron creencias, se prohibieron
lecturas, se levantaron muros, se establecieron fronteras, se forjaron odios
contra los extranjeros, se crearon multinacionales y muchos se enriquecieron.
Surgirán nuevos idealistas que, de
buen rollo (¡eso sí!) desvíen el caudal del río España (El Ebro) desde
Aragón a desembocar en Murcia, anulen vías de acceso y comunicaciones, prohibiendo
el paso a Cataluña, y planten entre la gente a partir de su más pronta edad,
semillas de xenofobia contra personas que hemos sido y están siendo dirigidas
por fanáticos, histéricos o cínicos de buena fe, lógicamente.
La soberanía de los pueblos que mucha
gente reclama, los nacionalismos, independentismos y demás ismos que se sienten
con exclusivos derechos, no son más que humanas formas para separar, discriminar, segregar, enfrentar a personas
que lo único que desean es vivir en paz y con un mejor bienestar. Nadie quiere ideas que, sean las que sean,
les motiven odios, les lleven a la hoguera, al paredón, a la cámara de gas o a
los campos de concentración. Eso lo provoca el interés de quienes quieren
dominar. Y así, mientras predican la paz, vende armas para que la gente se mate.
Y mientras abogan por la educación, permiten que seres humanos mueran de
hambre. Dan con una mano lo que con otra quitan. La vida es un éxodo
continuo de seres humanos navegando
en busca de un bienestar que no alcanzan.
Y, los menos, guardan distancias viéndolos caminar como animales hambrientos
vagando en busca de comida, sin caer en la cuenta ni reconocer que, como la
tortilla, la situación puede cambiar y ellos, como gobernantes culpables,
elegidos o no democráticamente, pueden penar igual.
Mafias, ladrones y criminales son
algunos de los Estados que nos gobiernan; la gente debe estar muy atenta a sus
movimientos y no permitir que velen por intereses que perjudican a los hombres,
escudándose en banderas, sentimientos o emociones con los que somos engañados. La idoneidad no consiste en creer a pié
juntillas todo lo que se nos dice; al contrario, hay que cuestionarlo, hablar y
hablar de pros y contra, sin dar las cosas por sentadas.
Mucha gente de Cataluña desea
independizarse de España y no de la CEE, ¿qué clase de independencia es esa, si
España no admite que Cataluña se incorpore a esa Europa? ¡Extraña independencia! Pertenecer a tan distinguido Club es
privarse de independencia y ceder soberanía cada vez más: hoy, en la parte
económica condicionando la política; después, será la sociedad la que reclame
que no haya tantos golfos al frente de los estados miembros sino simples gestores,
delegados de un Gobierno europeo que nos gobierne.
La verdadera política se gesta desde abajo, desde la comunidad de
vecinos, los ayuntamientos, las zonas con costumbres, problemas, orografía o
climas similares y cuyas soluciones son parte de la participación de sus
habitantes; sin embargo, Barcelona nunca podrá por mucho que quiera la señora
Ada Colau, a la que admiro, respeto y
auguro que será excelente presidenta del
Gobierno español, independizarse de Cataluña, porque la propia Cataluña
(sus leyes) lo impediría. Hablamos de Barcelona, Cataluña, España o Europa que
son lugares no personas y cuya localización es inamovible. Los seres humanos somos más importantes que los lugares en los que
habitamos, aunque éstos nos condicionen. La política que se practique en
beneficio de ambos ha de ir dirigida en tal dirección. No nos hemos de
subordinar a un lugar, por mucho que lo queramos, ni ser presos de ningún
sistema o dirigentes que prometan nuevos
ejércitos, gobernadores o pasaportes, aunque la fiebre del grupo nos invalide, anule
el miedo a la autoridad y nuestra sensación de peligro se evapore. El proselitismo, el adoctrinamiento
son procedimientos mudos y crueles para
domarnos, así como el fracaso no existe sino en el corazón de quien lo siente.
Casi todo el mundo sabe y habla
del comunismo como un sistema fracasado. Hoy día muchos somos los que nos
esforzamos en repetir que el capitalismo, cada vez, adquiere tintes de
similares características y que necesita de una innovación. El primero habla
del poder del proletariado; el segundo está consiguiendo que mercados y
capitales sean el poder. Ambos ensalzan la lucha de clases abierta o
sibilinamente. Ambos podrían ser válidos si los hombres fuéramos honrados.
Ambos postulan (en lo que estamos absolutamente de acuerdo) que la democracia es el principal motor de
cualquier régimen que, poco a poco, en virtud del grado de cultura, libertad,
solidaridad, participación y tolerancia, se perfecciona o enriquece.
Ciertamente, todo gobierno que gobierna de manera absoluta, dictatorial,
totalitaria, sin contar con su gente (excepto para ser alzado al poder o
dirigir una consulta neutra) fracasará a
la larga. Y es que la política, íntimamente ligada a la economía y aunque ésta
vaya bien, no será perdonada por el pueblo (o gran parte de él) que por ella su
voluntad haya sido sometida, manipulada o acallada. El propio saber de la
persona (si lo practica) le hará comprender que existen otras formas mejores de
gobernar, como son aquellas que no
discriminan a los hombres por muy distintos que tengan el color de su piel, el
sexo, ideas o creencias… Lo más
importante es respetar a los demás ya que, en definitiva, todos somos iguales,
marcados por la única independencia
existente (la verdadera patria) que es el lugar y el tiempo de nuestra infancia.
La democracia, con un buen grado de
bienestar, será el modelo que siempre eligiéremos para
vivir, unidos todos por el instinto que nos caracteriza como humanos. Lo demás,
es cambiar el sentido de la noria: “estar
en Málaga para meterse en Malagón”.
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