Para conseguir una cosa, si te lo propones, lo más fenomenal que sucede
se encuentra en el camino por donde transitas. Si lo logras, la alegría se
desborda y embriaga tu alma. Ambas sensaciones, el recorrido y la meta, son
felicidad. Entonces puede ocurrir que, en consonancia al esfuerzo realizado, un
bajón, un vacío o una sacudida acudan a tu ánimo, aún sin destensar, del que costará
recuperarse.
En el futuro estaremos todos vigilados físicamente. Nuestras vidas
controladas por entes desconocidos o anónimos contra los que nada podremos
hacer. Habrá dos clases bien diferenciadas de personas (pobres y ricos) en los
que la humanidad, en su caso, se dividirá. Evitar males semejantes constituye
una ardua tarea que hay que emprender ya, innovando el capitalismo actual,
deteniendo su empuje ambicioso y depredador, ya creciendo económica y
equilibradamente, aumentando la educación y solidaridad, sin prisas, sin suicidarnos.
La credibilidad en la religión es una cuestión de fe; tanta, como
la que se ha de tener para conocer los efectos de las cosas sin que hayan
sucedido. Hay que agarrarse a cualquier influencia cósmica o desconocida, donde
nada es demostrable sino sólo para fieles seguidores.
En España, no hace mucho tiempo, dos partidos políticos eran
hegemónicos: los burgueses liberales y los burgueses conservadores. Con
aires europeos surgió el partido socialista que no se comió una rosca hasta pasados más de treinta y cinco años. Hoy ocurre
algo similar. El PP y el PSOE se alternan en el poder tildando de entrometidos
a otros partidos emergentes, tratando de taponarles en su ascenso. Y no solo
eso, cuestiones tan sensibles como la vida de la mujer o lo que fue la esclavitud,
aún no se han desterrado absolutamente: han variado las formas por otras más
modernas, en especial, la imposición que mujeres y trabajadores se ven sometidos.
Los cambios van poco a poco, lentamente,
sobre todo, cuando el sentido de la propiedad está muy arraigado y los
intereses se elevan sobre la moralidad.
Los vaticinios económicos son tan fiables como fueron los astronómicos,
quedando éstos para pasatiempos de la gente. Los primeros carecen de
veracidad, si bien, son recurrentes en toda tertulia u opiniones importantes.
Son cuentos parecidos a los horóscopos que por sugestión se adaptan a sus
seguidores. No fueron capaces de prever la última crisis económica; ni lo serán
de las que, indefectiblemente, vengan; tampoco sospecharon las caídas del muro
de Berlín o del Lehman Brother y, menos aún,
las que en lo sucesivo caerán; la estabilidad de las bolsas y sus
movimientos, caóticos espejismos de una economía real, son su ideal pleno: suben
y bajan como las monedas lanzadas al aire y cuyo resultado, cara o la cruz, son
un azar previsible. Casi todo se basa y
lo argumentan, a toro pasado, con alegatos aparentes, injustificables o sin
sentido. Algunos hasta mienten asegurando haberlo pronosticado.
El último fin del independentismo consiste en vivir solo, aislado.
Únicamente se consigue por un anacoreta que, por infinita bondad que posea, será
incapaz de vivir en compañía de seres de su especie. Hoy en día, difícilmente,
existen personas de tal naturaleza; la domesticación excesiva a la que estamos
sometidos por la sociedad a la que pertenecemos (sea cual sea) es un hecho y
cada vez resultará más complicado la autogestión, la supervivencia aislada, el
ser independientes.
La felicidad, en definitiva, es la meta por la que deberemos obrar,
pues son poco los días que vivimos con conciencia plena.
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