Igual que la sanidad y la educación
son derechos gratuitos para la gente, la ocupación, es decir, el empleo al parado
con un salario mínimo de subsistencia, debe ser un compromiso forzoso de la Administración
Pública. El ciudadano ha de tener los
medios básicos con que ganarse la vida honradamente. Si no puede
conseguirlos por sí mismo, el Estado ha de proporcionárselos.
Una familia mal administrada es aquella
que no evita la desgracia o la pobreza de algunos de sus componentes, mientras
otros no escatiman en gastos y dislates. La sociedad (el Estado) es igual de reprochable tolerando que la
indigencia o el hambre cunda entre sus miembros, salvo que alguno, libremente,
desee tales padecimientos. Hoy en día, es
lamentable ver en calles o plazas de
España pedir limosna a muchos de ellos, suplicando de rodillas por sus vidas.
Mendigar no es cuento y nadie puede prohibirlo. Para
evitarlo, el Estado ha de ofrecer los medios necesarios (para él y su familia),
facilitándoles permanentemente ocupación. Todos hemos de alimentarnos para
mantenernos con vida. Sin ella, no se podrá tener esperanza de encontrar un
empleo que permita, además de comer, cobijo y justicia. Después, cubiertas las insuficiencias
elementales, será posible lanzarse en búsqueda de otros sueños sin riesgo de
perder la honradez consigo mismo.
Un Estado o Administración pública (una Sociedad) que no emplea todos sus recursos para abolir
el desempleo y que su gente pueda vivir con dignidad, es una Comunidad
hipócrita, llena de mierda e irrespetuosa con la desgracia ajena. Y
algo peor, es merecedora de los mismos castigos que sufren las personas que los
padecen sin culpa alguna.
Vergüenza debería de darles a las autoridades
políticas que nos gobiernan o a las religiosas, ardides de la moralidad, viendo
personas llenas de vigor o sin él, clamando una caridad en el espacio público.
Los unos, propiciando negocios mezquinos que prosperan con las miserias ajenas.
Los otros, obteniendo réditos al relatar lo mucho que quieren a los pobres mientras
alaban a los ricos y ponen en un pedestal de agua la doctrina de Jesús.
Colocar a todos los parados no supone dilapidar recursos, al contrario; de
hacerlo, generarían producción y consumo. Su coste sería cero. Entretanto, se mantienen
subsidios, subvenciones, sociedades de caridad, fundaciones, ongs y ayudas para
actos sociales de todo tipo: fiestas y festejos, certámenes y centenarios, a sectores
determinados y elecciones, toros y deportes…, facilitando una muerte oscura a
esa gente que quiere trabajar y no encuentra donde hacerlo.
En un pueblo católico como España, son
muchos los que se dan golpes de pecho al tiempo que sus acciones se
caracterizan por robar, imponer condiciones, aprovecharse de la pobreza,
esclavizar, olvidándose de sus entrañas que, acaparando lo que no necesitan, se
pudren con tanta tibieza ajenos a su propio exterminio que no puede estar
lejos.
Anule el Estado todo tipo de favores y proporcione ocupación. La
hipocresía se dibuja en el Sistema que mira hacía otra parte, en las huidizas miradas
de la gente que, para eludir el problema, deja una moneda sobre la mano del postrado
que suplica y se humilla. España debe transformarse y ser ejemplo de
solidaridad: uno recibe lo que siembra.
Nadie de nosotros podemos imaginarnos el sufrimiento si no lo padecemos.
Pero hagamos un pequeño esfuerzo mental y recapacitemos: ¿Qué sería de nosotros
y de nuestros hijos si nos faltara el trabajo con que ganarnos la vida?
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