He leído: “el que vive en el
pasado se va a pique con él”, “el pasado no debe servirnos de sofá sino de
trampolín” y también “un hombre no vale por lo que sabe; vale por lo que hace
con lo que sabe”. Me gustan las sentencias, los refranes, los dichos populares
e incluso los socorridos chascarrillos, empleados a menudo, si bien no hay
ninguno que no tenga su revés u oponente.
Lo cierto, es que hay infinidad
de frases, más o menos celebres, que suenan bien, encierran un contenido
profundo o eximente y rara vez aprendemos de ellas; tampoco aprendemos de los
hechos pasados por mucho que invoquemos a la historia, por mucho que digamos
que ésta se repite a menudo y nos muestra el camino correcto; no olvidemos que
tropezamos más de una vez en la misma piedra. Son, sin embargo, las experiencias
vividas, aquellas que nos han hecho sentir inmensa alegría o un incalculable padecer,
las que nos han dejado huella en la
memoria y nos marcaron de por vida. Por tanto, los problemas, dificultades, dichas
o triunfos ajenos, por mucho que queramos compartirlos o hacerlos nuestros, apenas
si representarán algo en nosotros: carecen de uso propio, no tenemos una idea
exacta y, menos aún, cuando nos damos la
vuelta y nos alejamos. Es el olvido parte de nuestras defensas, tan importante
como lo son las mentiras. Conviene pues, relativizar la mayoría de los asuntos
y meditarlos.
La psicología, esa ciencia
inexacta, se mueve por encuestas, por estadísticas que representan unas
determinadas tendencias o resultados señalando las pautas a seguir de una
colectividad. Las variables (educación, religión, costumbres, climas,
alimentación, edades, sexo…) indicarán
las diferencias de cada comunidad que se estudie, al margen de su factor
genético. La mente, esa fábrica, que de niños se forma, es como un
terremoto, volcán o ciclón desconocidos que, en raras ocasiones, se manifiestan
menguando cuando la energía decrece y la edad avanza.
La política es rastrera,
traidora, mentirosa, ciega, muda o parlanchina, según convenga. Por supuesto no
me estoy refiriendo a esa ciencia no escrita, ni exacta, que trata de organizar
la vida de la gente y sus asuntos que se estudia en la Universidad, sino a la
que, día a día, nos muestran sus profesionales causando problemas en lugar de
resolverlos. Ya Maquiavelo escribió sobre ella y, en otra época más cercana, a
nuestra Guerra incivil se la llamó
Cruzada y bandoleros a los maquis o
guerrilleros que luchaban contra la represión golpista. Obsérvese pues, como utilizamos
las palabras dependiendo de quién las escriba o pronuncie. Hoy se colman
revistas, periódicos, televisiones y los famosos medios digitales con
expresiones tendenciosas, calculadas a conveniencia por los variopintos
intereses de quienes las emiten.
Las casualidades, por lo general,
existen poco, la mayor parte de las veces son provocadas. Y así sucesivamente
podíamos ir llenando de asuntos páginas y más páginas con las que entretener a
los lectores. Hoy, no obstante, apenas se lee, y todo queda sintetizado en un
titular, en una frase que nos llama la atención, nos mediatiza y provoca. Sólo
hay algo que todo lo abarca y permite: el miedo y el placer, dos fuerzas que
nos movilizan en distintos sentidos, pero hay una que nos conforma y es a la
que siempre acudimos para cualquier acto a realizar: confianza. Tener confianza, dar confianza, es lo que
importa, lo más importante, por eso “ni me alabes ni me recrimines, deja en mis
labios el último sabor dulce de nuestro encuentro y no la tristeza de tu despedida”,
es una frase de uno de mis personajes en una de mis novelas. “No y no es no” es
lo dicho por Sánchez al PP, con el que ahora parte de sus correligionarios le pagan
sus servicios. El PP volverá a gobernar como lo hicieron los Borbones, por lo
que queda claro que tres “noes” no resultan. Obsérvese pues, que todo es
relativo.
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