¿Cómo acabar con una dictadura
sin matar a su dictador?
Un dictador se define, en una
acepción, como un gobernante que asume todos los poderes del Estado y que no se
somete al control constitucional ni legislativo alguno. En otra extensión, su
significado corresponde a persona que
abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás.
La historia nos ha ilustrado con
numerosos ejemplos de dictadores que han obtenido su poder por las armas,
herencias, golpes de Estado… e incluso designados por la gracia de Dios o por
el pueblo democráticamente. (Reyes y caudillos, Hítleres y Papas, por
poner unos ejemplos). Metamos en el mismo saco las llamadas dictaduras de las mayorías, del proletariado,
de los grupos de poder (iglesias, sindicatos obreros y empresariales,
organizaciones en general, etc.) que desde la claridad o las sombras influyen
con autoridad sobre la vida de la gente y, por supuesto, no nos olvidemos del mal que la mayoría de nosotros vemos en
España, cuyo dios, el dinero, se maneja sin tasa ni rigor, abusando de su cargo, por quienes han
de administrarlo.
He reservado para el final este
protagonista conocido, que socialmente campa con impunidad casi absoluta como
si formara parte de un fenómeno natural imposible de evitar. No me refiero a
jueces y magistrados, que gran parte de
ellos también, por mor de su autoridad,
se consideran dioses intocables,
alejados del pueblo llano como lo están los políticos, sino a estos que sufren
y babean a la hora de pedirnos el voto, sabiendo que su acta es poder y dinero.
Aunados en determinados partidos
o grupos, la casta política está distante, cada vez más, de los problemas de la
sociedad. Los ignoran. Se aúpan en sus privilegios asignándose mayores ingresos
y cuotas de autoridad (idílicos compañeros de viaje) para actuar a su
conveniencia, arbitrariamente o sin control, sin que nada ni nadie se lo impida.
Los líderes (defensores de la democracia procediendo como caudillos) los
estimulan, al ser ellos los más beneficiados: viven lejos de la gente a la que dicen
representar y defienden, ausentes de responsabilidad, solo sus intereses y los de su partido, a juzgar
por las disputas y resultados que originan.
¿Qué empresa aprobaría los gastos
producidos por la incapacidad de sus dirigentes?
Los reemplazaría o se
resarciría de alguna forma. A los actuales políticos hay que echarlos o que
asuman los costes causados que, al no
afectarles, despreciando a la gente, ni los valoran.
No se trata de acabar con cinco o
más cabecillas o de convertir España en un territorio con más diversidad de
caudillos o de anular la democracia: no. Pero sí hacer que la misma brille con
la opinión de la gente (limitada a depositar una papeleta: no su pataleta con la
que si se sufre) que quiere no ser la pagana
de yerros y egos, dándoles una lección a sus representantes, introduciendo en
las urnas nuestro voto a favor del partido que
creamos conveniente y en el que rece (salvo que los Padres de la Patria
asuman los gastos que han causado): VOTO
NULO.
Se puede conseguir, si queremos y
sin ser partidistas, que la Mayoría Absoluta
sean los votos nulos y la Junta Electoral sancione lo que convenga. Que el
Defensor del Pueblo, la Junta del Poder Judicial y otros organismos tan
importantes tomen nota y no se duerman en los laureles. Que los políticos no
nos tomen el pelo, dejen de actuar como dictadores, respondan con algún castigo
para que siendo iguales ante la Ley, quién
la haga la pague.
Ya va siendo hora, que
ningún poder suponga un problema y si, flagrantemente, incendia un fuego donde
no lo hay, con sus recursos lo apague: sueldos y subvenciones cobrados, más coste
de elecciones fuera no a cargo del erario público, sino de sus causantes.
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