De un novelista español copié una
frase que más o menos decía así:
“Es bueno probar a sostener lo
contrario de lo que uno cree y comprobar que también puede persuadir, incluso
más que la propia ciencia. Luego puede volverse al punto de partida, porque lo importante
no es estar en lo cierto, sino estar a gusto”.
Recuerdo cuando, siendo un
chaval, llevaba la contraria a otro que tenía igual opinión a la mía:
-
No. De ninguna manera Di Stéfano es mejor que
Kubala. –Aseguraba y mentía.
-
Di Stéfano es el mejor–decía-. Ya le gustaría al
Barcelona tener a un futbolista como él.
-
Pero Kubala es un fuera de serie: dribla, hace
malabares con el balón, lo domina y controla, personifica la elegancia en el
terreno de juego y destaca sobre los demás.
-
Y Di Stéfano –contestaba el otro- mete goles,
recorre el campo, distribuye el juego, participa en el equipo y, sin tanta
ostentación, cautiva la atención del público.
Y, así, sin proponérselo, me
facilitaba caracteres de mi ídolo, que era el mismo que el suyo. Y aprendía
cualidades que, a mí, no se me hubieran ocurrido. Y aumentaba más argumentos
que esgrimir en su defensa cuando llegara la ocasión. Y consolidaba más mi
opinión. Y…
-
Estoy convencido que lo ideal es no meterse en
política, evitar la crítica, pasar desapercibido y decir lo que antes se
recomendaba: “Yo soy apolítico”.
-
¿Pero, acaso, el hombre es un ser no imaginativo
e irreflexivo; mudo y contemplativo; sin emociones ni sentimientos que
manifestar?
En el fondo de la cuestión, la
mayoría de los hombres estamos de acuerdo y comulgamos con el ideal de vivir
mejor, en armonía; sin embargo, no somos capaces de convenir cómo hacerlo, qué
fórmulas emplear para conseguirlo. Tal
vez, una de ellas sea la expuesta y experimentar expresando lo que no se siente,
haciéndote pasar por lo que no eres, poniéndote en lugar de los demás. Un
ejercicio o juego que enriquecerá para comprender otros puntos de vista, para
reflexionar sobre ellos, para prescindir o no de los propios, pero siempre
respetando los de los demás, aunque los criterios sean diferentes y estén, como
los tuyos, condimentados con ausencia de
violencia y el deseo de comprender lo
que, a veces, resulta incomprensible.
¿Qué fue lo primero?: ¿El huevo o
la gallina? ¿El hombre o la mujer? ¿Cuántas veces han surgido tales preguntas?
¡Prescindamos de las voces de aquellos
que las inventaron con una desbordante imaginación y un escaso conocimiento en
el espejo de su imagen y semejanza! Un conocimiento que, poco a poco, va
cimentando la idea de que pelearse o imponerse a nada conducen, teniendo además
presente que el origen y el destino de la vida del ser humano son únicos y
seguros, misteriosos y desconocidos, emergiendo y desapareciendo sin
explicación.
Institúyase escuelas infantiles,
parvularios, procedimientos en el hogar donde se hable correctamente, con
buenos modales, educadamente, con palabras impecables que sean voces moduladoras
de la imaginación y los sentidos de los críos. Estas, al fin de cuentas, evocarán
las emociones que guiarán sus sentimientos de dolor y placer con los que
dirimirán sus actuaciones en el futuro que les aguarda, que, en ningún caso,
será violento. Y, finalmente, evítese la lucha por las ideas con acritud, de
manera desaforada, sin respeto ni armonía, que no es sino un medio perdido,
vacío y carente de razón que nos enfrenta y nos destruye.
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