“Un diplomático alemán murió en
París asesinado por un judío. Los nazis utilizaron el incidente para espolear
una revuelta contra los judíos en toda Alemania. Asaltaron sus comercios y
negocios y mataron mucha gente. A ese suceso, Kristall Nacht, la Noche de los
Cristales rotos, lo llamaron así por la infinidad de cristales rotos de los
escaparates esparcidos por las calles. El Gobierno alemán aseguró que había
sido una revuelta espontanea, pero, en realidad, se trató de un acto de
barbarie perfectamente planeado y ejecutado por el gobierno, y estuvo a cargo
del mismísimo Goebbels.(Noviembre de 1938)”.
Todo el mundo sabe como acabó
aquello.
En Noviembre de 2019, 81 años
después, en España, concretamente en Cataluña, ocurrió algo con tintes
parecidos a cargo de los CDR y orquestado, presuntamente, por un gobierno que
se dice democrático, pacifico y dialogante. Un gobierno que, afortunadamente,
carece de armas como aquel, pero henchido de soberbia suficiente para declarar
la independencia de un territorio que no solo a quienes lo forma y a sus
seguidores pertenece. Un gobierno que promueve un sentimiento
patrio y victimario odiando a los que no
comparten su ideario, anteponiéndolo a la razón sin importarle el daño que
provoca en la gente y en el lugar donde lo practica, por mucho que consideren
que la biología puede cambiar los sentimientos.
¡Líbrenos Dios de espíritus tan
retorcidos!
Cuando ves como viven en algunos
países, nos damos cuenta de la suerte que tenemos. Pasa, sin embargo, que en
España no todos vivimos igual de bien y las desigualdades del bienestar cada
vez son más acusadas, aumentando las diferencias entre pobres y ricos, entre
lugares de primera y de segunda, con gente olvidada debido a su nula voz, a su
silencio, a su indiferencia o a la “comida de coco” que les efectúan sus
gobernantes para tapar sus propios desaguisados.
“Uno no es de donde nace sino de
de donde pace”. Uno es de allá donde se le quiere, se le estima o se le
reconoce. Solo la autosuficiencia sirve para iniciar a faltar el respeto a los
demás.
Y ojo a las palabras.
Desconfiemos de las voces que, aun siendo elocuentes, incitan al odio, a la
violencia, a la descalificación. Todo comienza con el discurso que nos
enfrenta. Aquel que aborda la discriminación, la diferencia, la supremacía. Aquel
que nos entusiasma y alardea de nacionalismo exclusivo para contaminarnos con
la superioridad de los unos sobre los otros.
“El mundo es representación. La
realidad es representación y la representación es realidad. Lo mejor es aceptar
la representación tal como es. La lógica y la realidad no existen, del mismo
modo que no existe el convencimiento de que todos somos hijos de la tierra, de
la misma tierra. Pretender seguir el camino del entendimiento por medios
heterodoxos, es como pretender que un escurridor flote en el agua. Nadie es
capaz de lograr que flote un objeto lleno de agujeros”.
La paz, la armonía, la
convivencia en la educación han de prevalecer. El odio genera odio. La
violencia engendra violencia. La pobreza deriva a más pobreza. Existen bienes,
recursos, medios suficientes para que nadie tenga que predicar la caridad para
los demás. Basta con que seamos responsables, solidarios y tolerantes entre sí
y entre los demás pueblos. Las soluciones no pasan por la independencia, sino
al contrario, por atisbar en la comprensión
la búsqueda de los problemas y las fórmulas para remediarlos entre todos y no
aisladamente.
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