A punto estaba de iniciarme en la elaboración de un compendio que desarrollara un proyecto social, político y económico, pensado
bajo la perspectiva general del que ni Todo público, ni Todo privado, para un
mejor desenvolvimiento de España, en beneficio de sus habitantes. Lo habría tratado de hacer con
la mayor objetividad posible, aunque el pensamiento de nadie pueda ser absoluto
y las buenas intenciones no resulten satisfactorias para todos. Sin embargo, he
determinado concluir con el mismo y no seguir adelante, convencido de que solo
hay una única cosa a realizar, la cual producirá los resultados que pretendía, pero con más y mejor consistencia, sin normas ni consejos.
A nivel propio, cada uno,
conscientemente, ha de hacer lo que realmente entienda que es lo mejor. Es decir,
por citar un ejemplo nimio, si alguien ve en el suelo un papel que supone
suciedad, recójalo para depositarlo en
la papelera creada al efecto, sin esperar a que nadie lo haga aunque
existan los barrenderos, o hágaselo saber a quien corresponda, para que lo
eliminen.
Por supuesto que es loable
aportar ideas, dar sugerencias a quienes (generalmente políticos) han de
llevarlas a efecto mediante reglas o leyes, pero es mucho más importante
ponerse en la piel del otro y no hacer aquello que a uno no le gustaría que
hicieran.
Empecemos, pues, con carácter
general, cumpliendo con nuestro deber de
persona física, con nuestra obligación ciudadana, con el propio bienestar que
produce consumar el bien.
Es un planteamiento fácil, no así
su desempeño.
El papel todo lo resiste y, en él,
se puede verter lo que se quiera, siendo además conveniente la crítica, en
especial, a los miembros poderosos (gobernantes, políticos, funcionarios…) que han de velar por el bien general.
Es una determinación la mía
tomada, sobre todo, para lanzar el único mensaje ya implícito: hay que ser
bueno consigo mismo que, de paso, lo será con los demás.
¡Es tan costoso! ¡Tan difícil!
No existe en el mundo ninguna
persona igual a otra. Todas somos diferentes. Eso es importante, enriquecedor,
lo que denota que no somos máquinas ni robots ni sólo materia sino que gozamos
de alma, espíritu, algo inmaterial que nos hace padecer y disfrutar como toda
energía sabe lograr.
Sentimos frío o calor. Amor y desprecio. Somos humanos.
Leí, no hace mucho, la novela
titulada El clan del oso cavernario de Jean M. Auel (que profusamente
recomiendo) y comprendí que apenas si
hemos cambiado en nuestro interior.
Es a nivel personal como pueden
cambiar las cosas. Y cambiará la sociedad.
La sociedad asimilará la forma de
actuar con el ejemplo individual, con el comportamiento de cada uno de
nosotros, mucho antes que por la imposición, aunque se tome democráticamente.
Este es pues mi Proyecto, el que, a partir de ahora, trataré de llevar a cabo aunque
el esfuerzo sea titánico y, a veces, por razones que nadie más que uno puede
entender, no pueda cumplir.
En nuestra literatura hay
ejemplos para casi todo, como para casi toda situación existen refranes. No
estará mal desempolvarlos e ir enriqueciéndonos de experiencias y con la bondad que nos aporten.
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