La reclusión, el no poder salir
de casa, pueden dar lugar a pensar más y darle vueltas al coco con el que aumentar
el temor o la añoranza.
La incertidumbre, la ansiedad y
el estrés son capaces de derivarse hacía el pánico, la confusión o a estar
perdidos y, como efecto rebote, ensanchar los sentimientos de agobio,
impotencia y los citados.
Por eso, en el aislamiento, hay
que hacer cosas que te hagan sentir mejor.
Comunicarse con los demás, estar
en contacto con amigos, familiares y las personas que te rodean y más queridas,
aunque sea por vía telefónica.
Y si eres incapaz de retener lo
que estás leyendo por falta de concentración o ver la televisión no te
emociona, escribe todos los días. Expresa lo que haces, lo que sientes, lo que
dice la gente, lo que se te ocurra. Haz el diario del coronavirus para la
historia, para los tuyos.
Piensa que la paranoia es peor
que la infección. Y, además, tú, ni la locura, pueden evitarlo.
Cada cual somos distintos y nadie
sabe lo que va a pasar. Tú tampoco. Así que cumplamos las recomendaciones que
al efecto las autoridades han ordenando por nuestro bien y dejemos de especular
con las sensaciones que notamos pensando en un coronavirus del que nada o poco
sabemos con seguridad.
Lo que tenga que pasar pasará.
¿Por qué padecer de antemano?
Somos minoría los que pensamos
que de esta pandemia saldremos reforzados.
Nuestra economía, que caerá, la
recuperaremos. Y, lo más importante, la
salud emergerá robustecida. Una salud olvidada, cuando nada se padece, protagonista
principal de la pandemia, nos concienciará para volver a valorarla. Y ya, sin
inquietudes ni desvelos nos interesaremos por ella, cuidaremos el medio
ambiente, los ríos, los bosques, el aire que respiramos y nos preocuparemos de
la contaminación y de todo cuanto nos perjudica, por muy rentable que sea.
Me consta que es más fácil decir
estas cosas teorizantes y que la realidad confusa nos asusta. Ahora bien,
¿podemos hacer otra cosa?
Si se nos ocurre, si sabemos de
algo seguro, sin aditivos ni medicamentos que nos conforme, basta con decirlo.
Seré el primero en llevarlo a cabo. Pero no. Solo nos queda la aceptación por
norma y, después en este caso, ni siquiera revelarnos podemos, dado que, en el fondo, no
cabe otra: hay que aceptarlo.
La decisión ha sido tomada. Y
siempre la decisión, por errónea que sea, será mejor que no hacer nada, ya que,
entre otras consideraciones, con la pasividad nunca se sabe lo que podría haber
ocurrido.
Nos concienciaremos, cuanto esto
pase, que lo importante es nuestra vida, la vida del ser humano y, por tanto, la ideología, la identidad, la
religión, el dinero, la riqueza y todo lo demás, es secundario.
Aprendamos de la
sensibilidad que el coronavirus nos descubre y muestra, comenzando a vacunarnos
ya con tal enseñanza.
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