Desde niño, siempre oí decir que
los españoles éramos una raza de
personas independientes, incapaces de colaborar juntos por nuestra
individualidad e iniciativa personalista. Franco era nuestra referencia, el
Caudillo que había salvado España de las hordas marxistas, el defensor de la
cristiandad en occidente, el yunque de facinerosos comunistas, judíos y
masones.
Desde que eso se relatara ha
llovido bastante y Franco murió, aunque sus restos fueran aireados
recientemente. Este, imitando al dictador Primo de Rivera, prohibió los
partidos políticos creando el Pensamiento Único con su Movimiento Nacional,
después de salir victorioso en su Santa
Cruzada para ser el dueño y señor de lo humano y lo divino en España, coronado
bajo palio como un dios salvador contra todo lo irreverente y profano.
Tiempos no olvidados, sin duda, por
nostálgicos, descerebrados y descontentos cuya acción estriba en (los Antitodo) ir contra todo, oxigenando
ideas de aquel espíritu nacional patriotero de revancha que el Generalísimo nos legó, sin
aportar nada que no sea un odio cerval a lo extranjero (si son pobres más
todavía), a los que piensan diferente, a quienes no respetan su causa u
orden divino y a los que atentan contra su
España, al no sentirse en ella representados.
En aquel tiempo, solo de fútbol y
de toros era de lo que, generalmente, se podía hablar. Hoy se puede hablar de
todo. (Uno valora la libertad cuando carece de ella). Sin embargo, la rivalidad
en el fútbol, entre pueblos vecinos, por la religión, por identidades exclusivas
o política, casi siempre, traen consigo
un sinfín de desatinos, en especial, cuando las opiniones son opuestas.
Y es que no nos damos cuenta que
somos manejados. Manejados como entonces. Sí, como entonces; aunque las formas
sean distintas. La televisión, los medios de difusión, las agencias encargadas
de las noticias, las iglesias, las casas de apuestas, la publicidad, los
partidos, tanto políticos como los deportivos, los empresarios, organizaciones
interesadas… nos manejan y consiguen que sus misivas y mensajes las hagamos
nuestras, como si fueran propias, para defenderlas o atacarlas sin más, o sin criterio,
o ausentando los diferentes puntos de vista. Antes hablábamos de borregos del
régimen; hoy somos ciegos consumidores irresponsables.
Por lo general, las informaciones
que recibimos son tendenciosas, impregnadas de un veneno que afectan a
emociones y sentimientos y, estos, difícilmente son controlables. Pero analicémoslo
un poco. ¿Qué futbolista, político,
redactor o empleado… no se cambia
de equipo, partido o empresa si le
ofrecen mejores condiciones? ¿Uno de
nosotros qué haría? No estamos preparados ni para todo ni para lo mismo, pero
si conocemos la vocación del poder: continuar con su poder y/o amasar riqueza. Y
muchos lo consiguen a costa de todo y, particularmente, por la denominada “opinión
pública”. Nos dirigen, nos enfrentan, se salen con la suya, mientras nosotros (parias), seguimos sus instrucciones,
defendiéndolos, apasionándonos por ellos, empleando dinero, tiempo y energía
con cuestiones que nos crea enemigos y nos separa. Me duele decirlo, pero he
llegado a pensar que quien así actúa es un atrevido ignorante o tiene intereses para hacerlo y, sabiéndolo, asume
un compromiso informal dado que su padre es el alcalde, su hermana futbolista, su
cuñado corresponsal… y sigue esa misma cuerda o se cambia ya que en algo se
beneficiará.
¿Cuándo seremos capaces de mediar las
diferencias? ¿De buscar un punto intermedio que nos una? ¿De ceder los unos y
los otros para llegar a un acuerdo? ¿De experimentar fórmulas nuevas? ¿De
aportar ideas, esfuerzos o lo que sea menester en beneficio de la mayoría?
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