Son tantas las personas
las que opinan que sus opiniones se desvirtúan, se hacen banales o ni se leen. Igual
que cuando la información abunda o es excesiva que en lugar de informar
desinforma. En cualquier situación, acontecimiento o circunstancia, el sentir
político no falta y, por tanto, las manifestaciones al respecto proliferan en
infinidad de direcciones con puntos de vista muy dispares. Ahora, con motivo
del coronavirus instalado entre nosotros, son muchos los que con mejor o peor
tino saltan a la palestra. ¡Faltaría más! La habilidad, el arte, la doctrina,
la orientación, el interés de cada cual quedan al descubierto o retratados sin
más.
En España (como en
cualquier país democrático) felizmente la libertad de poder expresar lo que uno
piensa no está penalizada y se puede decir lo que se quiera. Bien, es cierto,
que sería de agradecer que todos fueran, cuanto menos, respetuosos con los que
como ellos opinan y no emplearan palabras soeces o trolas a conciencia. Existe,
sin embargo, cierta clase política que aprovecha la pandemia para obtener
réditos con descalificadores mensajes: Vertiendo agravios dignos de mítines
y chirigotas, tildando de culpas las
imprevisiones, imputando mala fe a decisiones tomadas, atribuyendo dolo a lo
que es error y, sobre todo, arrimando el ascua a su sardina anteponiendo lo
público sobre lo privado o al revés, defendiendo a la empresa sobre el hombre y
al revés cuando en realidad no hay unanimidad en los pareceres, todo es viable
y tiene cabida.
Dada la trascendencia e
importancia por contener al maldito virus, mejor sería aportar ideas, iniciativas,
ayudas y demás energías para exterminarlo o paliar sus efectos. Los asuntos y
temas apuntados bien pueden esperar y dilucidarlos después. (Repito, una vez
más, no votar a listas de partidos sino
a contenidos a realizar por determinadas personas). No obstante, hay una disputa
que se eleva sobre las demás:
¿Qué ha de preservarse?
¿En qué orden se ha de hacer? ¿Y si hay que elegir? La contestación, casi
unánime, es: A las personas físicas, sin duda, pero también a la economía
encarnada en las personas jurídicas.
No estamos ante la tesitura
de tener que elegir. A eso se desea no llegar. Por eso, ni los de un lado ni
los del otro, han de decantarse, ni siquiera recordar cómo se actuó o quién más
sufrió en otras crisis pasadas. No obstante, son muchas las voces que toman
partido con números, cifras, muertes, pérdidas… cábalas que a nada conducen. Ninguna
de las personas que nos gobiernan, sean del color que sean, quieren hacer el
mal a sus semejantes, sabiendo que, a su vez, a ellos mismos les puede
repercutir. Procurarán hacer lo que sepan, lo mejor posible, con el menor daño
en vidas humanas y pérdidas económicas. Lo mismo que otros lo harían en su
lugar, aunque la forma de actuar fuera diferente.
A todos pues, nos puede
valer una receta: confiar. No nos queda otra.
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