Lo que el ruido esconde, es el título de un
artículo de Rosa María Artal que leí en el que se indicaba: Desmond Tutu,
decía: "si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado
del opresor". Y, precisamente, el héroe de los derechos civiles Martin
Luther King, nos lo seguía recordando: "No nos parecerá lo más grave las
fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas
personas".
Nos parece de relevancia aceptar
que la evidencia no supone ni significa que, entre dos partes, se pueda dar el
acuerdo. Tampoco la educación de las partes nos descubrirá el porqué el acuerdo
no se realiza. Menos todavía, cuando las afinidades e identidades son
distantes. ¿Qué es, entonces, lo que falla?
Nos falla, indudablemente,
tiempo para practicar el juego del cambio de bando. Un tiempo que transita
lento, sin prisas, con paradas o acelerones que, la mayoría de las veces, viene
determinado por causas naturales, ajenas a la propia voluntad humana.
La senda principal por la que
caminar en dirección al acuerdo es, sin duda, el respeto. La educación y
cultura, tan manidas como la tolerancia no expresan, más allá de una actitud o
un comportamiento en un momento dado, no es más que una forma de ser que solo
el paso del tiempo, modulado por costumbres que desaparecen y gestos que se
olvidan, trasforman las manadas y tribu de las que formamos parte.
La historia, a veces, vuelve y
se estanca en principios del mismo cuño de antaño, aunque la vestimenta sea
diferente. Somos los mismos y, enseguida, nos reconocemos. Poco a poco, sin
embargo, los de a pie iremos consolidando los éxitos de la inconformidad, la
tenacidad por el bien común, la insistente consecuencia final que es la
dignidad por la que el hombre es hombre y no otra cosa.
Los bandos son indignos cuando
no consideran a los otros, dejando de ser hombres para convertirse en bestias,
por mucho que a eso llamen identidad o forma de pensar cuando solo es su propia
forma de ser.
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