Ya sabemos por entradas anteriores que el dinero físico se ha de eliminar (salvo “la calderilla”) y el Estado (todos nosotros) proporcionar ocupación a quien, para vivir, la necesite y, en su caso, facilitar la compra de un hogar donde ampararse. Dos imprescindibles medidas a poner a prueba por fases (en tiempo y territorio) a efectos de perfeccionar un nuevo “Sistema de Social Ocupación” que anule por completo la mendicidad, el hambre y el paro, simplemente, por cuestión humanitaria, sin que las ideología políticas influyan.
Basta ya de nacionalismos radicales y excluyentes que matan y a nada
conducen. Basta ya de exclusividades de pobres y ricos, de mendigos y
poderosos, de labores públicas y privadas, de partidarios de unos y otros
signos económicos y decidamos que todas las personas formamos parte de una
sociedad de hombres y mujeres que, aunque semejantes, somos distintos,
diferentes, únicos y con un particular e íntimo mundo interior.
Basta ya de historias de blancos, rojos o negros; de buenos, regulares o
malos; de cristianos, islámicos o judíos; de comunistas, fascistas o nazistas;
de populistas, liberales o socialistas. Que cada cual sepa que la verdad es
subjetiva, comparta la idea que comparta o
sea como quiera ser, y que, por encima de todo, cargando con su rabia,
respete y ordene su libertad olvidándose de la violencia, que solo engendra
violencia, y reconozca su humanidad por razón
de su nacimiento. Tengamos en cuenta que, el lugar que ocupamos, el
espacio donde residimos, es aleatorio, no así el destino inexorable que nos
aguarda, que es el mismo para todos.
Iguales hemos de ser ante la ley, que ha de prever las mismas
oportunidades para todos, dado que las circunstancias de la vida no saben, son
irrazonables y ni sienten ni padecen. Un pedacito de derechos a los más
desfavorecidos consiste en facilitarles un trabajo, un hogar, que son las
mínimas condiciones solidarias de una sociedad avanzada como la nuestra, ajena
a la caridad que humilla, a la lejana limosna que se implora.
Tomemos conciencia de nosotros mismos. Observemos que hemos sido
dirigidos por reyes y poderosos, creencias y religiones, políticas y economías
que nos han conducido a un mundo actual donde las diferencias, exclusiones y
vergüenzas sociales son más acusadas que nunca y eso podemos y hemos de
enmendarlo. ¿Y cómo?
El sector privado se interesa por todo aquello que le pueda suponer
beneficio, ganar dinero, ampliar capital, repartir dividendos, obtener
prebendas, votos…
El sector público ha de anteponer a todo lo citado el bienestar
ciudadano y ocuparse, principalmente, de la seguridad, sanidad, educación… y
todo aquello que, aun siendo de interés social, la empresa no llega. También
puede, lógicamente, evitar monopolios, latifundios y otras estructuras
perversas con contingentes, estímulos o, ¿por qué no?, convertirse en
competencia.
Ambos sectores pueden convivir y lograr los objetivos de rentabilidad
indicados exigiendo, a la hora de actuar, transparencia, profesionalidad y
rendición de cuentas, sabiendo que los mercados no se regulan por sí mismos, ni
son una perfecta competencia.
Centrados en el Sistema de Social Ocupación vivamos en una España donde
los seres seamos humanos, sin más títulos que ese; donde la mayoría podamos
hablar y escuchar, pensar y sentir,
esforzarnos y prosperar; donde nadie imponga su punto de vista y se
ponga en práctica la razón; donde todos nos respetemos, independiente a la
religión, a la ideología, a nuestra nacionalidad; donde pacíficamente nos
pongamos de acuerdo con las normas establecidas.
Por eso debemos elegir al candidato que consagre sus esfuerzos al bien
público y así se lo hemos de exigir. Hemos de apartar, por el contrario, a
políticos que solo saben vender emociones, ideales y promesas: estas no dan de
comer. Por tanto, convengamos que el esfuerzo y talento, acompañado al bien
social, pueden cambiar a mejor nuestras vidas y las de los demás. ¿Y cómo?
Seguiremos avanzando en ello con nuevas entradas al respecto.
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