Hace más de quince años escribía: Ayer asistí a una charla sobre agricultura en la que se habló de la Revolución Verde. Un instrumento de hace dos lustros que vino a romper las prácticas de hace más de diez mil años. Simplemente por la necesidad de gastar y establecer productos nuevos: maquinaria, nutrientes y otros en sustitución de los naturales, ya existentes, con la excusa de aumentar la producción y, por tanto, los beneficios, riquezas e, incluso, la extinción de la pobreza en el mundo. Se extendió el conferenciante manifestando que tales mentiras se extendieron como la pólvora como si fueran panacea imprescindible, resultando de aquellos polvos éstos lodos, sin que nada de lo prometido se cumpliera.
Abogó el orador que lo comunicáramos en nuestro entorno, como él hace allá donde tiene oportunidad, denunciándolo para que se compruebe y se vuelva a lo de antes: es decir, nada de labrar, de quemar rastrojos, de dejar barbechos, de sembrar fuera de época en tierras no propicias. Nada de fertilizantes ni nitratos sintéticos, de maquinarias sofisticadas y costosas, de semilla transgénica ni híbridas, ni semen ni genes, en exclusivo poder de las multinacionales. Y sí a la basura, a los abonos naturales, a la ecología, a los desechos orgánicos, a los cambios con sentido común, sin romper el orden que la Naturaleza estableció.
Lo interrumpí invocando a que tales fórmulas podrían ser elevadas a las autoridades e implicar a empresarios, economistas, científicos, labradores... que mueven la economía y publicitasen su maldad y el daño que representa toda vez que, en los momentos actuales, como siempre, se han de evitar gastos superfluos, aumentar la productividad y obtener bienes saludables..
Vino a contestarme que era una pérdida de tiempo ¡Ya lo había intentado! Que entonces, en su momento, ellos, precursores de la Revolución Verde (altos sociólogos, políticos, multinacionales, mercados, intermediarios financieros y alemanes), se aprovecharon con el cambio, instalándolo para siempre. “El nuevo cambio, y la sazón el sentido común, surgirán desde abajo y serán instaurados a largo plazo, cuando no haya más remedio, una vez las generaciones venideras sufran penosas consecuencias con elementos corrosivos, aguas nocivas, tierras deterioradas con venenos y lucro por doquier. Propiciaremos el cambio imitando a Jesucristo o Mahatma Gandhi que nos mostraron la forma pacifica de realizar la modificación de las cosas”.
Me convenció el orador con su lección magistral, ya no sólo de agricultura si no por su humanidad. Me recordó una frase achacable a Platón: Un hombre que no arriesga por sus ideas: o no valen nada sus ideas, o no vale nada el hombre.
Al existir personas (físicas o jurídicas) poderosas, que mueven los hilos de sus intereses, cuándo y cómo les conviene, no vale que una (o más de una) de sus marionetas levantemos las voces más de la cuenta exigiendo compensaciones al trabajo que realizamos o declarando que existen otras alternativas o abogando por otros diseños y maneras de hacer las cosas. No escucha quien no quiere oír, ni rectifica quien mantiene lo que le beneficia, quien, en definitiva, no le interesa hacerlo. Sin embargo, cualquier esfuerzo que hagamos puede quedar larvado en tierra fértil y, tal vez, sin ser baldío, se alargue en el tiempo y resucite después, sin que nadie lo espere y germine potente inundando de dicha el valor de los esfuerzos.
La conferencia apuntada, me llevó a no gritar, a no violentarme, a no invocar la guillotina para solucionar los problemas. El la tituló LA NUEVA ESTRATEGIA, hoy imposible de asumir como tantas y tantas cosas que evolucionan por mucho que se intente detenerlas. Los tiempos no vuelven y con ellos nos vamos nosotros. ¿Podríamos volver a vivir de la misma manera? ¿Vosotros qué opináis?
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