Es evidente que las empresas se
han especializado en aumentar por cualquier motivo, ficticio o real, el precio
de sus servicios y productos. En sus inicios, los ofertan, regalan y rebajan
para que los consumidores se habitúen a ellos y después encarecerlos acorde a
su competencia pese a ganar lo suficiente. En ese mundo empresarial todos
quieren más, son insaciables y emplean nuevas artimañas para lograrlo. El
mercado de la oferta y la demanda se dice, los regula; sin embargo, nada impide
un acuerdo entre ellos, ni durante cuánto tiempo, ni si son varias empresas de
un solo dueño, forman un oligopolio o se dan otras circunstancias; la prueba es
que la espiral de los precios siempre va en aumento, salvo que queden obsoletos
e inhábiles los productos o servicios de los que hablamos.
Viene a mi memoria que, en uno de
estos negocios, su director general convocó un concurso entre sus empleados
para premiar las mejores causas o conceptos por los que cobrar a sus clientes, fueran o no razonables.
Por curiosidad lea el concepto de sus facturas.
Las entidades de crédito son una
muestra de cómo cobrar por todo y lo peor es que la Administración lo permite
en detrimento de los ciudadanos, aunque en su contra tengamos sentencias de
ello. De continúo cierran oficinas acotando la atención a su clientela para que
esta haga sus trámites, cuando sus márgenes por prestar el dinero (depositado
por la gente o el facilitado por el BCE) son de los más abusivos. Sus infinitas
comisiones por cualquier motivo son de vergüenza y además disponen de variadas
listas de morosos a los que castigan impunemente sin comprobar siquiera si la
anotación de su deuda es cierta o está justificada.
Las compañías de seguros
asegurarán la vida mientras ésta se presupone larga y saludable, pero de
ninguna manera cuando la vejez o el riesgo llega o se intuye. Las subidas de
sus primas las revisan al alza cada quince días lo que supone unos porcentajes de
aumento abusivos, si bien (y eso es positivo) se reservan parte de la prima y
se asocian para paliar daños catastróficos o, en su caso, recurrir al Estado.
Alos fondos, casas de apuestas
y demás sectoriales especulativos con ánimo de lucro, no los importa ir en
detrimento de la vida o la moral de la gente, pues lo único que los preocupa
son sus beneficios a costa de lo que sea.
Antes de subir precios deberían
explicar los resultados que obtienen, lo que destinan a reservas, la
proporcionalidad de lo que cobran dueños, directivos y empleados, lo que
contribuyen para el bienestar de la sociedad que ha de ser su principal objetivo.
La supremacía de las élites a
todos los niveles (políticos, económicos y sociales), de grandes asociaciones
sin ánimo de lucro, les permite colaborar y actuar como consejeros y asesores
de estas para llevárselo crudo. Las herencias de títulos y propiedades
permiten a sus beneficiarios tener sus vidas resueltas sin dar un palo al agua en su vida.
Ciertos intermediarios, funcionarios, agentes y demás recua abusan de su
influencia y prestigio para ser unos granujas. Hay mafia, basura, corrupción,
rapiña con la que hemos de vivir y soportar por el dinero que el Sistema
Capitalista tolera y propicia bendecido por políticos que nos dirigen y se
lucran. ¡Qué Dios nos coja confesaos si tenemos la desgracia de tener que
enfrentarnos con alguno de ellos!
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