Hoy, 24/11/24, más de 733 millones de personas sufren hambre en el mundo. En Afganistán, Sudan, Burkina Faso, Yemen, Haití, el cuerno de África y países en guerra, mientras las diferencias económicas entre los hombres son más distantes. Algo que en una sociedad justa, democrática y sostenible no debería acontecer.
Las semillas, fuente de vida, se
han patentado y convertido en propiedad privada. Fueron modificadas para que el
hambre no tuviera lugar, cosa no conseguida, pero si un enriquecimiento
particular. Nuestra alimentación pues, imprescindible para la vida, está en
manos de grandes compañías y no en la de los agricultores que, cuidando la
tierra, de la calidad de sus productos y usando precios justos, son los más
perjudicados, mientras la industria los comercializa con el único fin de ganar dinero.
Hay elementos para la vida como
el aire, la tierra y el agua que facilitan respirar, guarecerse y alimentarse.
Existen además productos y servicios básicos (comida, salud, educación,
vivienda, transporte, relaciones sociales, seguridad…) que no deberían depender
exclusivamente del capital privado. La globalización en los alimentos no
proporciona el libre comercio para la población y si para quien la monopoliza
imponiendo sus productos y servicios, fijando precios, empleando su poder e
influencia con subvenciones, regalos, asumiendo perdidas, encareciendo o vendiendo
a cuentagotas. El caso es que la dictadura del poder económico, como en
política, se puede establecer dada la fuerza de quien la ejerce, aunque sea de formas
diferentes. (Recuérdese la extinguida compañía Monsanto).
Una cosa mala de la globalización
es que la nutrición deficiente se está imponiendo en todo el mundo. La
globalización alimenticia, creadora de una gran parte del calentamiento
ambiental, debería de regularse (incluso producto por producto) en cada país (y
dentro de él en cada lugar) para evitar la excesiva manipulación de los
alimentos y, por tanto, las innecesarias importaciones y exportaciones que
compensen los consumos, evitando al mismo tiempo el desperdicio de estos y los
elevados costes que originan. Para ello convendría plantearse la producción a
pequeña escala o localmente, diversificar los cultivos y que estos se puedan
sacar al mercado directamente, con los mínimos intermediarios posibles,
beneficiando a los agricultores y consumidores.
La apropiación de las semillas,
la tierra y los alimentos por multinacionales con el único fin de su desmedido
ánimo de lucro, es una violación del estatus ético y ecológico de lo que
significa ser persona. Llevar a la gente al hambre es inmoral e injusto, y no
es sostenible. Las riadas y sequías, originadas por el calentamiento global y
el efecto invernadero, cada vez más a menudo, descargan su fuerza sobre la
tierra produciendo hambrunas y muertes,
¿Cómo hacerlo mejor?
La próxima semana volveremos a
hablar de ello.
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