He leído mucho, pero ahora, a la
edad que cuento -cumpliré en un suspiro los ochenta- me acuerdo bien poco de
cuánto leí. Por tanto, recomiendo a jóvenes y mayores que escriban sus
sensaciones tristes y alegres, sus emociones de placer y dolor, las cosas que
se les ocurran, a fin de que en ellos perduren cuando, sacándolas a la luz, las
lean y quieran volver a revivirlas o rememorarlas, aunque su recuerdo las
olvide y las polillas pululen a su alrededor o huelan a naftalina.
Esto, no servirá para ganar
dinero o, tal, vez sí; pero el alma se enriquecerá sin los sobresaltos de
cuando sucedió, ya que, ahora, la calma de la persona más madura, sin prisas
y con escasas perspectivas, observará lo que jamás ocurrirá y goce sabiendo que la
aceptación y humildad son remedios para todos los males.
¿Hay, acaso, en la tierra algo
inamovible? Nada, absolutamente nada: todo está en movimiento. E, incluso, la
materia inerte de la muerte se consume abonando la tierra para alimentar o
crear otras vidas. No obstante, los seres vivos poseemos muchas clases de
memorias que nos pueden hacer soñar releyendo un escrito del que hoy,
torpemente, apenas si desciframos su grafía aun sabiendo que fue escrito por
nosotros. Y es que, a veces, aunque nos extrañe, no reconocemos haber cambiado
tanto o nos llame la atención haber pensado de forma tan distinta.
Dicen que rectificar es de
sabios, aunque los genes y la leche mamada no cambien. La letra aprendida y
escrita en la niñez no siempre la trazamos de igual manera porque en ello
influye el conocimiento adquirido. También hay dos cuestiones importantes con
las que deberíamos ser comedidos: las creencias y las ideologías. Estas son
afectadas, no me cabe la menor duda, por pensamientos inducidos, alterados o
fijados, especialmente cuando aún la personalidad no está definida, algo que, a
veces, en toda una vida, jamás se culmina. Entiendo, por ello, que sería
conveniente modular y revisar cualquier radicalismo, para lo cual no hay mejor
manera que la de situarse en el lugar del otro y reflexionar por qué
discrepamos, pensamos u opinamos diferente, incluso siendo hermanos.
Una lección que no es fácil de
aprender, pero que hay que tomársela en serio si queremos llegar a entendernos
y conseguir acuerdos. Pensemos que la experiencia popular viene a indicarnos
que “un mal arreglo es mejor que un buen pleito”, y no anda descaminada,
pues “el hombre solo se conoce a sí mismo por la acción”, que diría
Goethe, y, a veces, ésta, no se corresponde con lo que esperamos de quienes las
realizan. Y es que, cada uno de nosotros somos únicos, incluso habiendo nacido
de un mismo espermatozoide y ser considerados gemelos.
Mostrémonos humildes,
comprensivos y sinceros defendiendo nuestras ideas sin acritud y con talante
positivo. Nuestro carácter y conducta se modula para bien, aceptando y
entendiendo, cooperando y siendo solidarios. Esto, a la larga y a más no poder,
nos beneficiará siempre a todos: a nosotros mismos y a los demás.
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