domingo, 10 de agosto de 2025

MEJOREMOS NUESTRAS VIDAS

 

He leído mucho, pero ahora, a la edad que cuento -cumpliré en un suspiro los ochenta- me acuerdo bien poco de cuánto leí. Por tanto, recomiendo a jóvenes y mayores que escriban sus sensaciones tristes y alegres, sus emociones de placer y dolor, las cosas que se les ocurran, a fin de que en ellos perduren cuando, sacándolas a la luz, las lean y quieran volver a revivirlas o rememorarlas, aunque su recuerdo las olvide y las polillas pululen a su alrededor o huelan a naftalina.

Esto, no servirá para ganar dinero o, tal, vez sí; pero el alma se enriquecerá sin los sobresaltos de cuando sucedió, ya que, ahora, la calma de la persona más madura, sin prisas y con escasas perspectivas, observará lo que jamás ocurrirá y goce sabiendo que la aceptación y humildad son remedios para todos los males.

¿Hay, acaso, en la tierra algo inamovible? Nada, absolutamente nada: todo está en movimiento. E, incluso, la materia inerte de la muerte se consume abonando la tierra para alimentar o crear otras vidas. No obstante, los seres vivos poseemos muchas clases de memorias que nos pueden hacer soñar releyendo un escrito del que hoy, torpemente, apenas si desciframos su grafía aun sabiendo que fue escrito por nosotros. Y es que, a veces, aunque nos extrañe, no reconocemos haber cambiado tanto o nos llame la atención haber pensado de forma tan distinta.

Dicen que rectificar es de sabios, aunque los genes y la leche mamada no cambien. La letra aprendida y escrita en la niñez no siempre la trazamos de igual manera porque en ello influye el conocimiento adquirido. También hay dos cuestiones importantes con las que deberíamos ser comedidos: las creencias y las ideologías. Estas son afectadas, no me cabe la menor duda, por pensamientos inducidos, alterados o fijados, especialmente cuando aún la personalidad no está definida, algo que, a veces, en toda una vida, jamás se culmina. Entiendo, por ello, que sería conveniente modular y revisar cualquier radicalismo, para lo cual no hay mejor manera que la de situarse en el lugar del otro y reflexionar por qué discrepamos, pensamos u opinamos diferente, incluso siendo hermanos.

Una lección que no es fácil de aprender, pero que hay que tomársela en serio si queremos llegar a entendernos y conseguir acuerdos. Pensemos que la experiencia popular viene a indicarnos que “un mal arreglo es mejor que un buen pleito”, y no anda descaminada, pues “el hombre solo se conoce a sí mismo por la acción”, que diría Goethe, y, a veces, ésta, no se corresponde con lo que esperamos de quienes las realizan. Y es que, cada uno de nosotros somos únicos, incluso habiendo nacido de un mismo espermatozoide y ser considerados gemelos.

Mostrémonos humildes, comprensivos y sinceros defendiendo nuestras ideas sin acritud y con talante positivo. Nuestro carácter y conducta se modula para bien, aceptando y entendiendo, cooperando y siendo solidarios. Esto, a la larga y a más no poder, nos beneficiará siempre a todos: a nosotros mismos y a los demás.

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