Hoy he perdido mi ordenador con
toda mi vida dentro y mi semblante deberá parecerse al de un muerto. Sé que la
muerte llega, pero aún, pese a mis años, no la presiento, sin embargo, tal
pérdida, es como si hubiera muerto.
Cuando la muerte me llame para ir
su encuentro, nada de lo encerrado en mi ordenador me importará porque habré
muerto, pero ahora, que aun vivo con esfuerzo y trabajo ocupando con él la
mayor parte de mi tiempo, no sé si podré resistir sin él, en su ausencia.
Una eternidad me supondrá
compilar las cosas que contenía: escritos de relatos, cuentos y novelas; la
contabilidad personal de cuentas y sus movimientos; declaraciones de renta,
reclamaciones, apuntes de razones y cavilaciones con ideas propias y ajenas;
así como aplicaciones, reseñas, direcciones y otros temas.
Ahora, viejo y sin ordenador en
el que ocuparme y emplear mi tiempo, me siento como si no existiera y hubiera
muerto. No obstante, lleno de rabia y dolor, tendré que volver a comprarme otro
y volver a iniciarme. Pero no será lo mismo nacer sin saber nada, sin memoria
que recordar, que volver a nacer sintiéndome muerto. No es lo mismo apreciar la
vida viviendo, que vivirla consciente de ser un muerto.
Todos sabemos que nos llegará el
momento final y aunque sutilmente prepares a tus seres queridos para que
valoren lo que hiciste, lo aprovechen y rentabilicen, llegado el caso, no lo
harán. Sé que cuando esto suceda no podré escribir lo que ahora estoy escribiendo,
lo que me lleva a preguntarme: ¿por qué me preocupo y tanto dolor me produce lo
que mis herederos quemarán? Además, si nada puedo hacer por recuperar lo único
que podría dejar cuando muera, ¿a quiénes le va a inquietar lo que ignoran y
desconocen?
Es la herencia una preocupación
ególatra del que muere y no de quienes la reciben que, posiblemente, les venga
bien o como anillo al dedo, aunque poco sepan del sudor y del trabajo que
supuso al finado conseguirla. En ella van implícitas lágrimas e ilusiones,
duelos y quebrantos e infinidad de tiempo perdido para que ellos, los
herederos, la recuperen sin esfuerzo alguno.
Hay que tener suerte para que en
el camino no se cruce un alma sin escrúpulos que pueda llevar todo tu empeño a
la ruina. Se dice que por la caridad entra la peste y que tu reloj vital ha de
estar acorde con los tiempos que corren, toda vez que la muerte no llega,
aunque la convoques. Solo acudirá a ocuparse de uno cuando a ella le encaje por
lo que preocuparse carece de interés y hay que dejar que siga su existencia.
Una existencia, sin una ocupación con la que vivir, carece de sentido, por lo
que deberás de proporcionártelo salvo que quieras vivir como un muerto, lo que
vulgarmente se conoce como morir en vida. No nos permitamos semejante cosa y
gocemos de los días que nos quedan haciendo el bien, siendo comprensivos y
queriendo a los nuestros. Nos iremos sin nada, como hemos venido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario