No
seré quien diga al señor presidente “usted es un ladrón”. Ni tengo pruebas, ni
siquiera lo sospecho, pero con echar un vistazo a la prensa, resulta fácil creerse
lo que no es, andando cerca de éstos. Y, si mal no recuerdo, entre dos de ellos
Jesús fue crucificado, sin querer evitarlo, aunque hoy pueda impedirse; que
nadie piense que en días y tardes tan soleadas pueda pasar lo mismo, metafóricamente
hablando, porque aquello fue una salvajada. No tengo porque dudar de la honorabilidad del señor presidente, sin
embargo, pasando como pasan los amigos de lo ajeno por su lado como si
fueran su propia sombra, y ni los señala ni los nombra, me apena porque
desaparecerán como las nubes que llegan sin darle importancia, como si no
hubiera pasado nada. Y sí pasa. Pasa que podrá llover y quedarnos helados, con
la boca abierta, sin la luz ni el calor del sol, lamentando que no se paren los
espectáculos.
Y me
pregunto ¿sabrá el señor presidente que
el sol es algo que a todos o a nadie pertenece y pocos son quienes lo disfrutan?
No se habrá percatado, al no haber reacción alguna por su parte, ni medidas por evitarlo ¡Cómo que lo consiente! O
quiere darnos a entender que no es preocupante. O que se arreglará luego, más
adelante. ¿Será porqué el señor presidente está confortablemente a cubierto o
al contrario? Con tanta nube no hay ni quien lo vea ni lo sepa.
No
obstante, muchos ciudadanos que con sus apoyos auparon al señor presidente para
que lo fuera y aun lo mantienen, también comienzan a sentirse helados, incluso,
chorreando hasta las cejas por las tormentas torrenciales que los están sacando
de quicio, tan sólo porque algunos chorizos aprovechan el sol para ellos solos,
mientras el señor presidente no se entera que en la penumbra el frío inmoviliza,
arrecia los cuerpos para foguearse entrando
en calor y no entumecerse. ¿Será que el
señor presidente no ve lo oscuro que está la tarde?
El
señor presidente no ha de olvidar, y he de recordarlo también, las terribles
inundaciones que no sólo enseres sino vidas humanas el agua se lleva; son de
tal magnitud, que ni siquiera él podría
salvarse. Así que hay que andar con ojo con el agua que está cayendo, porque cuando
tanto llueve por mucho cuidado que se ponga, salpica y podemos caer en el barro. Y esos
fenómenos naturales producidos, sencillamente, porque la lluvia todo lo
inmunda o el sol ya no brilla, revierten
en malas cosechas, hambrunas, saqueos y pestes. Y la noche está llegando. ¿A
qué espera el señor presidente para dar un golpe en la mesa y ordenar que
traigan las luces que se han llevado los culpables? ¿Por qué estar a oscuras? ¡Qué se pare el espectáculo!
El señor presidente no sabe que el sol es
algo de todos o de nadie y que algunos se lo llevan; carece de sensibilidad
no demostrando energía ni voluntad por
arreglarlo, aunque sea dando palos de
ciego. ¿No estará ciego de verdad?
De seguir así la gente tendrá que irse a mendigar sol a otra parte, porque aquí
sólo hay para quien lo roba o no lo necesita. Como en la fiesta nacional con un público entregado, unos al sol y otros a la sombra, bullen entretenidos con la
gente de a pié entrando al capote, siendo rejoneada, banderilleada, toreada a
muleta y como no los maten pronto, les restará el descabello y los suyos
vitoreando ¡Qué gentío! ¡Qué nivel! Estoqueados:
Sangre para todos y carnaza para el mercado. ¿Quién se llevará los despojos
en esta noche cerrada? ¡No hay ni un Cristo que quiera morir sacrificado entre
ladrones! Y el señor presidente sin dar un
aviso, sin parar la lidia, sin sacar pañuelo blanco que le corten las orejas;
pero no, sigue mirando impávido al ruedo hasta que el toro se desangre. Con tal
espectáculo el pueblo no ha de acudir a las corridas, salvo que faenen nuevos
espadas y otras cuadrillas, porque para este viaje no necesitamos alforjas; tendremos
que quedarnos en casa.
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