Los peligros mayores en la vida provienen
de las economías. Desde hace tiempo me dedico a pregonarlo: Corten. Anulen
gastos, generen ingresos y, sobre todo, no aumenten más pobreza. Motiven un desarrollo más justo, que
garantice la igualdad de oportunidades. ¿Qué cómo se hace eso? Limiten las
rentas de las personas físicas. Supriman cargos, privilegios, administraciones.
Saquen de los balances los activos ajenos a la actividad y háganlos
productivos. Creen la movilidad y ocupación retribuida para todos y el despido
libre. Regularicen las herencias que no estimulan el
desarrollo personal. Que los impuestos
nos igualen. Atajen los delitos, las corrupciones, las agresiones
económicas. Dejen trazas visibles en los movimientos de capitales. No primen las
O.N.G., ni las fundaciones, ni la caridad, ni las subvenciones, ni las
donaciones, ni los subsidios, no comercialicen con los paraísos fiscales;
háganlo con la sanidad, la educación, la justicia, el orden, la dignidad. De
ello hemos venido escribiendo y, ¿quién sabe? si tendremos capacidad para poder
seguir haciéndolo.
Se
habla de castas y grupos como personas de otra raza: políticos, ricos, empresarios desaprensivos, dueños del mundo, poderosos, pobres, desahuciados. Yo intento no hacerlo
siempre que puedo, considerando que todos somos personas físicas y son las
circunstancias las que nos colocan en el espacio que nos corresponde en el momento oportuno. El resto son personas
jurídicas. Defiendo a las primeras; seres
vivos surgidos de un misterioso huevo envuelto entre silencios: antes y después
de la hora de nacer, de la hora de morir. Trato que la línea de salida sea
lo más igual para todas, hasta que podamos volar desprendiéndonos del nido;
algo así, como procurar la igualdad de oportunidades para todos. Y seguir con
una serie de medidas flexibles que, de
acuerdo con los tiempos, habrán de irse remodelando con el más puro criterio
democrático, sin que las segundas, o personas jurídicas, tengan porque inclinar
el resultado: algo substancial que hay que evitar. Lo importante y
principal está, queramos o no, en las primeras personas, obligadas a entendernos.
Los
derechos privados o privi-legios no sólo son pasiva posesión y simple goce,
sino que representan el perfil de hasta
donde puede llegar el esfuerzo de una persona física. El don generoso del destino con que todo hombre se encuentra, sin que
responda a esfuerzo ninguno, son los derechos y bienes pasivos de las herencias
del testador o los usufructos, donaciones o beneficios del donador. Estos
representan una gran diferencia con los primeros a tener en cuenta. Las
personas jurídicas no son en su mayoría unipersonales y sus activos no
pertenecen a esfuerzos individuales; no tienen porque ser disfrutados por nadie
en particular, sino ser explotados para un aumento justo y equilibrado de los
beneficios a distribuir.
La nobleza o fama del hijo es ya puro
beneficio. El hijo es conocido porque su padre logró ser famoso. Es
conocido por reflejo de sus antecesores más que por méritos propios. Los chinos
son más lógicos: invierten el orden de la transmisión. Y no es el padre quien
ennoblece al hijo, sino al contrario, es el hijo quien magnifica a sus padres
de quienes recibió su mejor herencia: los genes y el amor en los que están
envueltas la educación y las costumbres.
Fundamentemos la vida en lo que se logre
con el esfuerzo renunciando a las testamentarías que pertenecen a la
sociedad, olvidando las herencias. Ha de
bastarnos el trabajo individual y lo
conseguido, finalizándose con la muerte. Así de simple y desnudo, sin trucos ni
engaños. Nada de recibir bienes,
derechos u obligaciones sin esfuerzo. Somos personas físicas iguales,
dotadas de voluntad ha ejercitar tan
pronto tengamos uso de razón. Lo demás es cuento.
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