Cuando se ha luchado intensamente
por conseguir una cosa y no se alcanza, llega un momento que la decepción es
tal, que la ilusión se abandona entrando en una profunda indiferencia hasta lograr el desinterés por algo que antes considerabas
un ideal. Después, pasado mucho tiempo en
estado de inactividad, una visita, una llamada anunciando que la
insistencia logró el deseo pretendido ya no importa; entonces, comienza a preocupar la facilidad, convertida
en sospecha, de haber obtenido aquello por lo que tanto luchaste. Así que,
cuando el esfuerzo por lograrlo se desvanece porque ya se tiene, se envidia la
pobreza ajena en la que con anterioridad
estabas sumido.
Esto viene a decir que no existe ideal alguno que justifique una
redención, una muerte o una crucifixión. El ideal cambia, la conciencia, la
moralidad, la identidad cambian. ¿Para qué la guerra, el martirio o la
revolución? Se trata de efectos especiales que se han tensado tanto que,
pasados de rosca, no se pueden detener ni siquiera intentando lo contrario.
¿Es ese el camino que ennoblece,
reconforta y amasa la felicidad, sino es la felicidad misma? Es un camino de
esfuerzo, originario de logros de empresas inauditas, imprescindible para que
el hombre culmine su estado como tal. Sin él, no se forjará el bienestar, ni la
limpia sensación de cumplir con el deber, ni siquiera la representación
genética podrá manifestarse.
Es el esfuerzo, el máximo esfuerzo que se pueda, lo que el hombre
siempre ha de hacer. Hay que intentar mejorar las cosas y no encerrarse en
el caparazón invisible del huevo con el que nacimos; ni abandonarse en él, que
nos aguarda a la hora de morir. Fuera, sin su cobijo, nos esperan cientos,
miles de dificultades, que hemos de superar por nosotros mismos y eso se logra
con trabajo, con tesón, con la claridad educacional recibida, sin que nada
esperes o muy poco te den resuelto.
Son las riquezas materiales heredadas el infortunio causal de la razón,
la debilidad de pensamiento, la nula comprensión; son hervores sin fructificar,
güeros embarazos o mahonesas cortadas. Pringues que han de irse remodelando
para que la persistencia o el afán suplan la anemia de ideas que se arrastran o padecen.
Cuando una sociedad procedente de
la pobreza alcanza cotas inimaginables de libertad y de bienestar se asusta,
para después vanagloriarse, incluso arrogarse una representatividad que no le
corresponde. Algo desmedidamente inaceptable cuando ni siquiera han levantado
la patita para mear. Y en la cresta de
la ola, igualmente, surfistas que en su día no han pegado un palo al agua, se
vanaglorian con sus proezas. Cuando eso no se acepta, y es un caso muy
común, se cae en la cuenta de que el huevo invisible, aunque exista, ha
desaparecido y que las cosas no se pueden dar por hechas y hay que trabajar.
Sin esfuerzo, ni robar es
productivo; lo normal es que los surfistas aprendan que no sólo en el mar se
puede navegar y que las conquistas se
valoran más cuanto mayor es el esfuerzo empleado en conseguirlas y éste no se
genera por ociosidad, precursora de los paraísos de vagos que, sin sudar,
quieren cambiarse de camiseta.
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